¿Mejor sola que mal acompañada?

Mujeres y hombres tenemos una tendencia innata a entablar relaciones. Entre estas relaciones, la pareja (en su sentido más amplio) es el formato al que culturalmente y también biológicamente damos más importancia. Pero, ¿qué es exactamente una pareja? ¿Pimpinela? ¿El gordo y el flaco? ¿Sherlock y Watson? Solemos pensar que basta con contar a dos personas, pero para hablar de una relación de pareja tal y como la entendemos hoy en día son necesarias una serie de características. No es tanto que todas las parejas tengan que ser iguales, vincularse de la misma manera o cumplir con los mismos requisitos; sino más bien que, aunque encontramos puntos en común en todas las parejas, hay tantas formas de relacionarse en pareja como parejas hay en el mundo.

Cuando preguntamos a personas emparejadas y solteras sobre los aspectos que consideran esenciales para que una pareja funcione, solemos encontrar palabras como: confianza, libertad, amor, comprensión, respeto o intimidad. Podríamos concretar en tres las características imprescindibles para hablar de una pareja funcional:

LIBRE ELECCIÓN. A lo largo de nuestra vida, entablamos relaciones con personas que no elegimos, como nuestra familia, nuestro jefe o nuestra jefa o los compañeros y las compañeras de trabajo. Afortunadamente, otras relaciones sí podemos escogerlas. Es el caso de las personas que elegimos como amigas o de nuestras parejas. Y esa es la mayor riqueza de las relaciones afectivas: de forma totalmente distinta a los matrimonios tradicionales, que eran un mero contrato entre familias en los que a veces los cónyuges ni se conocían, las parejas actuales se forjan en la libre elección, por parte de ambos miembros, de la persona a la que se vinculan. Y esa elección no se toma una vez al comienzo de la relación, sino que la tomamos cada día cuando elegimos que esa persona siga en nuestra vida y en ese estatus. Este estatus que da prioridad a esa relación frente a otras (no a renunciar a ellas), puesto que es la persona que hemos elegido para estar más cerca de nosotras.

Esta libertad incluye que, si decidimos que esa persona deje de formar parte de nuestra vida, estamos en nuestro derecho de hacerlo; e, inevitablemente, que si la otra persona decide romper la relación también esté dentro de sus libertades. ¿Estamos condenadas entonces a una relación de celos, desvelos y miedo a una posible ruptura? En absoluto. Si entendemos las parejas como vínculos libremente elegidos tenemos que cambiar el concepto de amor tradicional, entrando en una nueva dimensión mucho más rica y poderosa. El objetivo no es lograr un compromiso firmado con sangre por parte de nuestra pareja que nos garantice que no nos dejará jamás (aunque lo desee), sino lograr que nuestra pareja continúe eligiéndonos cada día, desee estar con nosotras. Y eso requerirá que cada persona dé lo mejor de sí misma a la otra. Una pareja que permanece unida en contra de la voluntad de uno o ambos miembros (por miedo, pena, dificultades económicas, etc.) no tiene razón de ser según este criterio. En cualquier caso, no sería una pareja funcional.

FUSIÓN Y SEPARACIÓN. Todo el mundo experimenta alguna vez la sensación de necesitar estar con la persona amada en todo momento. En esta situación la separación se hace difícil y sólo pensamos en volver a estar con esa persona. Suele ocurrirnos al comenzar algunas relaciones, en la etapa de enamoramiento; a menudo, cuando una de las dos personas sale de esta primera fase y comienza a pedir cierto espacio, tiempo para estar a solas o con otras personas se crea una sensación de malestar en la pareja. Desde el modelo tradicional de las relaciones, las parejas han de estar todo el tiempo juntas, solas o con otras personas, pero siempre juntas; y, si una de las partes desea espacio, es que la relación se deteriora. Sin embargo, para que una relación funcione, ha de hacer crecer a ambos miembros, que tienen que tener la posibilidad de pasar tiempo juntos, tiempo de calidad que implique actividades e intereses comunes y no sólo dejar pasar las horas compartiendo un espacio. Una de las principales quejas de las parejas en crisis es que no hacen nada en común, que se limitan a una convivencia sin interacción.

Igual de importantes que estos tiempos de fusión son los tiempos para cada una de las personas que forman la pareja por separado: la posibilidad de leer en solitario, ver a una amiga sin que la pareja esté delante o encontrar espacios personales sin que la otra parte interprete falta de interés o de implicación en la relación.

Todas y todos hemos conocido relaciones en las que las personas no encuentran momentos para la separación, lo que suele desembocar en reproches a medio plazo o hastío en la relación. También conocemos otras parejas que apenas comparten intereses y tiempos en común, lo que hace que la distancia entre ambos miembros aumente y la relación vaya deteriorándose con el tiempo. Hay personas más tolerantes a esta falta de fusión o separación y otras personas menos tolerantes, pero lo que es seguro es que un mal equilibrio entre estas dos realidades que no se atenga a las necesidades de la pareja es fruto de fuertes conflictos y una gran insatisfacción. ¿Te es familiar todo esto?

ISONOMÍA. El último ingrediente que debe reunir una pareja es la igualdad de valor y de derechos de ambas partes. Aunque al leerlo se nos hace evidente, es habitual percibir desigualdades en las parejas al pasear por la calle: correcciones en público, comentarios de desautorización ante los hijos e hijas o roles de pareja más similares a niña-madre que de amante a amante.

Esta igualdad de valor se sustenta en la idea de que, si elegimos a una persona como candidata a compartir nuestra vida, apoyarnos en la adversidad o incluso para ser madre o padre de nuestra descendencia, tiene sentido pensar que la admiramos y respetamos. Es habitual que, con el tiempo, al conocer más a esa persona o a causa de los cambios vitales que todos y todas experimentamos, esa admiración se reduzca o desaparezca. Mantener una relación de igualdad de valor en esta situación es más que complicado y, antes de llegar a las faltas de respeto o los ataques personales, terminar la relación puede ser una opción. ¿Cómo evitar que esto ocurra? Mantener esa expectación y admiración en nuestra pareja es un factor determinante de éxito en una relación y, una vez más, depende de nosotras.

A partir de estas tres cuestiones, ¡a crear e imaginar! Sólo tú y el límite de lo que te hace feliz o no decidís hasta dónde puedes llegar en la experimentación de nuevas formas de pareja: con exclusividad sexual o sin ella, sumando a la pareja el número de personas que tu pareja y tú decidáis, buscando estabilidad en el tiempo o aventuras fugaces, con o sin papeles de por medio, etc.

Y, con todo esto, ¿podemos garantizar que funcionará nuestra actual o próxima relación? Sin duda con esto tenemos grandes posibilidades de que vaya bien, pero mantener unos sentimientos invariables durante toda la vida es algo que no todo el mundo consigue y que ¿acaso es necesario? La alternativa al “amor de nuestra vida” no es tan mala: tendremos “varios amores de nuestra vida”.

Sin embargo, si atendemos a las parejas que encontramos en nuestra cultura, parece que todas ellas pueden englobarse, en mayor o menor medida, en una serie de modelos. Estos modelos han sido estudiados y analizados y, si te ha gustado esta reflexión, en el próximo número de MíraLES podrás encontrar más información sobre los modelos de pareja.

Si elegimos estar solas que sea por decisión propia, si lo que buscas es compañía… hay estrategias para que ésta sea buena. Porque los seres humanos estamos diseñados para buscar el placer, no lo olvides. ¿Qué modelo de los más habituales es el que provoca más bienestar? No te pierdas el próximo número si quieres saberlo.

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