“Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo IX

He intentado analizar cada día englobándolo en la totalidad de los hechos vividos durante esta semana. Espero que al plasmarlos aquí se aclaren un poco mis ideas y me sirva para entender mejor qué está pasando, porque algo está claro: o alguien va a por mí, o me estoy volviendo loca.

Tras la noche con Bárbara creí haber dormido cien horas seguidas. Mi cuerpo había recuperado casi completamente su estado original, a pesar de los moretones. Las palmas de las manos y las rodillas me recordaban que, por un periodo de tiempo imposible de determinar, se habían dedicado a una tarea cuando menos dolorosa. La piel estaba levantada por varios sitios pero la sangre se empezaba a secar. Por fortuna, las enfermeras del hospital habían curado concienzudamente las heridas y no parecían infectadas. Sin embargo, estaba ese malestar en la boca del estómago, ni la cena ni el sueño habían conseguido hacerlo desaparecer.

Después de un abundante desayuno en el sofá, cortesía de Bárbara, nos dirigimos al hospital. Pensé que a la vuelta, en la intimidad de la casa, llamaría a Germán para hablarle sobre los resultados de los análisis. Teníamos que coger el coche porque el hospital no está en el pueblo. Al final acepté que fuera ella quien condujera, tampoco me sentía del todo segura de mis reflejos.

Caminando por la calle, en el trayecto hacia el coche, pude notar cómo varias personas nos observaron sin mucho disimulo. Creo que ahí empezó mi paranoia.

—¿Por qué nos mira todo el mundo? —le pregunté a Bárbara.

—Yo no he visto a nadie mirando —me contestó ella sin mantener la mirada.
Mentía, pero no entendí por qué.

Una vez dentro del vehículo, pudimos proseguir la conversación que habíamos empezado mientras desayunábamos. Fue Bárbara quien empezó:

—Quisiera que te quedara claro que no suelo acostarme con compañeras o trabajadoras. Trato por todos los medios de evitarlo, pero no sé qué me pasó anoche, lo siento mucho.

No sabía cómo interpretar sus palabras: me sonaron a arrepentimiento y culpa. Traté de tranquilizarla.

—No te preocupes. Si te sientes mejor, tampoco yo acostumbro a hacer lo que hice anoche. Pero será mejor que no nos culpemos, ¿no crees? Hay cosas más importantes que solucionar.

—¿Todavía te sientes mareada? —por segunda vez casi consecutiva percibí un ligero nerviosismo en sus palabras.

—Estoy mejor, gracias —estaba empezando a molestarme su actitud esquiva.

El resto del trayecto lo hicimos en silencio. No lograba comprender cómo esa mujer que estaba sentada a mi lado aparentaba no haber dormido conmigo. ¿A quién pretendía engañar? ¿A ella misma, quizá?

Cuando llegamos al hospital me identifiqué y expliqué que venía a recoger las pruebas que me habían hecho el día anterior. El enfermero nos miró desconfiado y cogió el auricular para hacer una llamada. A los pocos minutos llegó al mostrador una doctora y me pidió que la acompañara. Bárbara se quedó en la sala de espera por demanda expresa de la médico.

Ya en el despacho, me invitó a sentarme frente a ella y sacó de un sobre lo que parecían unos resultados.

—Tengo aquí todas las pruebas que te hicimos ayer y me sorprende bastante tu rápida recuperación —supongo que mi cara de estupefacción le sirvió como interrogante porque acto seguido dijo—: Las radiografías no presentan evidencias de fracturas o lesiones graves, pero los análisis en sangre dan positivo en opiáceos.

—¿Cómo es eso posible? —pregunté entre sorprendida y asustada.

—¿Tienes malestar en el estómago? ¿Has sufrido pérdida de memoria o desorientación desde que sucedieron los hechos que contaste ayer?

—Pues, sí. La verdad es que tengo un vacío de tiempo en mi cabeza. En mi recuerdo lo veo como si al entrar en el faro se hubiera apagado el interruptor y sólo hay oscuridad.

—¿Te refieres al faro que se menciona en el informe?

—El mismo.

Antes de marcharme de la consulta, la doctora me insistió mucho en que denunciara lo sucedido, pero hizo especial hincapié en que lo hiciera a la Guardia Civil o a la Policía Nacional. Indirectamente desechó la idea de avisar a los “locales”.

Faro Eley Grey Al contrario de lo que pretendía, la visita me provocó más inquietud que calma. Cuando subimos al coche, ya de vuelta al pueblo, Bárbara insistió en que descansara lo que quedaba de día y yo no quise llevarle la contraria. Parecía haber recuperado el estado amable y cariñoso de la noche anterior. Había algo contradictorio en su actitud que me desconcertaba. Cogiéndome las manos en un fuerte apretón me dijo cuando llegamos a casa, justo antes de marcharse:

—Si pasa cualquier cosa, cualquier visita, ya sabes, inesperada, cualquier tipo de amenaza, por favor, no dudes en llamarme.

Eley Grey

Foto de portada: Luzilux

Si quieres leer los capítulos anteriores, pincha este enlace.

Comparte este artículo

10 comentarios en ““Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo IX”

  1. ay ay no te fíes de Bárbara. no es trigo limpio y la doctora te marca el camino… no te fíes de la policía local ni de nadie… interesante historia… nos sorprenderás con otro “mascar hormigas” 😉 salud

  2. Una historia bastante intrigante .. cada capítulo te hace querer leer de seguido toda la historia, cada semana, hasta 3 veces lo reviso por si lo han publicado .. Esta muy buena ..

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio