No tengo claro el momento exacto en el que sucedió. No sé si fue resultado de un intenso y autoinfligido lavado de cerebro o de haber gozado de compañía femenina diversa; de esa que no marca ni un antes ni un después en el historial del corazón, pero que sirve para echar unas risas, para descubrirle otros contornos y texturas al placer y, por supuesto, para ir saldando poco a poco la extensa deuda que deja en la autoestima un amor no correspondido.
Me parece que sucedió una mañana, pero no fue hasta casi la noche que tomé conciencia de que, por primera vez, no me había despertado (ni a lo largo del día me había torturado) ningún sentimiento de rabia, deseo, angustia, el estúpido amor otra vez, los instintos asesinos… causados por la receptora de mis más contradictorios deseos y sentimientos.
“Ya está”, me dije sabiamente a mí misma. “Muy bien, la has superado. Ya está”. Pero así como muchos animales tienen la capacidad de oler a una considerable distancia las feromonas que sueltan las hembras en celo, las mujeres como Ana tienen el olfato 2.0 absolutamente desarrollado para detectar la pérdida de influencia entre quienes suscribimos la lista de espera para entrar en su vida y convertirnos en un indispensable objeto de deseo. Y de estúpido amor, por supuesto.
Me senté con la mejor sonrisa de autosuficiencia que pude encontrar en mi repertorio de sonrisas falsas para situaciones incómodas, y traté de no mantenerle la mirada para no mostrar así tan pronto mi vulnerabilidad. Cuando me invitó a seguir tomando algo en su casa le dije que no. Pero mis piernas, deseosas de entrelazarse con las suyas, se independizaron de mi cerebro y caminaron junto a ella. Piernas listas, tuvieron su recompensa. Inagotables caricias en dedos, en labios y en lengua. Me desperté, por tercera vez en mi vida a su lado. Como si fuera mía y yo fuera de ella, estábamos abrazadas. Tan guapa y tan inofensiva, me di cuenta de que en realidad no tenía miedo de ella. Ana no podía hacerme nada. Que mis reproches eran una proyección. Se me contrajo el músculo cardíaco, porque en realidad el pavor y el horror los sentía por mí. Por todo lo que yo era capaz de desvariar, de hacer y no hacer sólo por ese momento. Sólo por hacer como si ella fuera mía y yo fuera de ella.
una forma narrativa muy bonita, al igual que la agridulce historia.
Siempre es igual, nos mentimos a nosotras mismas diciendo que ya la superamos pero al menor indicio de ella salimos corriendo a buscarla… Imposible resistirse a la mujer que es parte fundamental de nuestra historia…
Me encantan tus Historias…
Saludos desde Medellin- Colombia
Es muy triste depender tanto de una persona, no poder controlar esos deseos que te despierta. Muy bien narrada la historia
Tu eres el arte, yo me dejo llevar.
Maravillosa historia y genial narración, Dra. Dietrich.