Por Kika Fumero, portavoz en España del Movimiento “Mi Voz, Mi Decisión”
Pero, ¿qué tiene que ver el aborto con las lesbianas? –me preguntan a menudo, mucho más a menudo de lo que hubiera alcanzado a imaginar–. No puedo más que sorprenderme ante semejante pregunta.
Estamos construyendo un gran movimiento a nivel europeo: Mi Voz, Mi Desición (“My Voice, My Choise”). Activistas de 8 países estamos uniendo recursos y fuerzas para exigir a las instituciones europeas que aseguren el aborto seguro, gratuito y realmente
accesible a todas las mujeres en Europa.
Exigimos que se blinde nuestro derecho a la libertad. La de todas. Todas las mujeres. Mujeres.
¿Qué somos, si no, las lesbianas? ¿Acaso la lesbofobia no hunde sus raíces en el hecho de que somos mujeres? Mujeres que ponemos en jaque al sistema patriarcal. Mujeres que, desde la misma base de nuestra esencia lésbica, nos plantamos ante el hombre hegemónico para decirle de frente y sin fisuras: “Jamás te amaremos y jamás te desearemos. Por mucho que hagas –violaciones correctivas incluidas–, jamás lo conseguirás”. La identidad lésbica escapa de las garras de cualquier sistema. Podemos esconder nuestra identidad, camuflarla, engañarnos, ocultarla… Podemos fingir o pretender ser quienes no somos, pero aquello que nos conforma es –pocas veces, pero esta lo es– inamovible.
El derecho al aborto apela a nuestro derecho a controlar nuestras vidas, a decidir sobre nuestros propios cuerpos, sobre lo material de nuestra existencia, sobre nuestra maternidad, sobre que otros –masculino específico– puedan decidir que seamos
madres, no solo condiciona nuestra libertad en un momento determinado, sino que pone en la plaza del pueblo el resto de nuestra vida. Como mujeres, no podemos dejar que nos conviertan en esclavas de un sistema público reproductivo. No vamos a
permitir que caiga sobre nosotras la guillotina de las derechas de nuestro país.
¿Y qué pintan las lesbianas en todo esto? Pues mucho. Como mujeres, todo. La lucha a favor del aborto tiene que ver con nuestros derechos sexuales y reproductivos, con el control sobre nuestros cuerpos y con poder decidir, en cada momento, cómo y hasta dónde. Como lesbianas, además, podemos sufrir –y, de hecho, sufrimos– violencia sexual o de género, ya sea en relaciones esporádicas con hombres y, a priori, consentidas, o bien en agresiones sexuales.
Tampoco debemos obviar que el acceso al aborto es una cuestión de salud pública que nos afecta a todas las mujeres. Incluidas las lesbianas, sí. Lo que viene siendo “a todas”. La lucha por el aborto gratuito, seguro y realmente accesible es parte de una
lucha más amplia por los derechos sexuales y reproductivos, que incluye el acceso a una educación sexual integral, anticoncepción y cuidado de la salud.
En esta lucha feminista ninguna mujer ha de quedar atrás en el acceso a servicios de salud. No olvidemos que como mujeres lesbianas enfrentamos barreras adicionales en el acceso a estos servicios debido a la estigmatización y la discriminación.
Muchas me han preguntado: pero, si nosotras nos quedamos embarazadas mediante sistemas de reproducción asistida, un proceso que requiere de una reflexión previa, ¿cómo vamos a pretender un aborto? Pues, partiendo de esta reflexión que nace de
un “yo individualista”, les respondería que, aun habiéndonos quedado embarazadas tras haber tomado una decisión consciente y meditada, tenemos derecho a arrepentirnos, a detener el proceso por un giro inesperado de nuestras circunstancias
personales o, simplemente, porque sí. Punto. Porque el derecho al aborto es una extensión del derecho a la autonomía personal y a la autodeterminación.
Bastante estigma sufrimos ya en las consultas ginecológicas tantas veces (¡tantas!), como para regalarles argumentos que alimenten su control sobre nuestras vidas e identidades lésbicas.
Por último, lo más importante, lo que debiera incluso ser lo primero, el motor que nos guiara por encima de todo, y es que, como toda lucha feminista, el aborto no es un asunto individual, sino colectivo. Mujeres con menopausia, mayores o estériles somos
protagonistas principales, porque desde el feminismo sabemos que, en cuanto oprimen a una, nos oprimen a todas.
Lesbianas, monjas, médicas… ¡Qué más da! En definitiva, el aborto nos interpela a todas las mujeres. Que luchemos (o no) en consecuencia no depende de la orientación sexual, de la religión o de la profesión, sino del feminismo, de la conciencia social y del sentido común de cada una.
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