La boda lésbica más hermosa: las reinas de la estación

Cuántos años hace, ya ni me acuerdo. Aquella tarde fresca de primavera que te vi aparecer y me quedé enredada en tu melena. Recuerdo tus ojos y tu mirada que se perdía entre tanta gente, hasta que coincidimos y ya no hubo nada ni nadie más.

Lo que vino después fueron días que se quedarán grabados a fuego en nuestra mente y en nuestra piel. Hasta que llegó el momento de la despedida y sentimos que todo había cambiado para nosotras, que ya nada volvería a ser igual.

Fueron años de maravillosos encuentros y dolorosas despedidas porque la distancia puede ser cruel, aunque también te fortalece más de lo que piensas.

Un día mi corazón me susurró que no quería sentirte lejos de nuevo, que estaba cansado de latir descompasado, y supe que tenía que verte… donde todo comenzó.

Tu cara al llegar a “nuestra estación” mientras todos los recuerdos y sentimientos se agolpaban, mientras sonreías nerviosa y me buscabas con la mirada sin saber muy bien qué hacer o a dónde ir.

Recuerdo cómo mirabas los espectaculares vestidos que había buscado para una ocasión tan especial, cómo los acariciabas sin atreverte a pronunciar palabra por si todo resultaba un sueño. Pero no, allí estábamos como dos reinas en nuestro palacio abandonado, con tantas historias entre sus paredes que le daban ese aire romántico y misterioso de quien vivió grandes momentos en el pasado.

Y entonces te lo enseñé… siempre quisiste una chimenea, y velas, muchas velas. Flores, un rincón para nosotras, para nuestro amor. Y allí lo tenías, sólo para ti.

Aunque no lo creas, ¡yo también estaba nerviosa! Tanto tiempo preparando, organizando que todo saliera tal y como lo veía en mi cabeza, que no me creía que por fin estuvieras allí conmigo.

No podía esperar más para decirte por qué había orquestado todo aquello. No era una fecha especial ni había ocurrido nada extraordinario, pero ya sabes que tampoco yo he necesitado nunca un motivo para demostrarte lo que siento por ti.

Me temblaba la voz, las manos, pero conseguí preguntarte: “¿Quieres casarte conmigo?”

Y volvimos de nuevo, como no podía ser de otra manera, al lugar donde comenzó nuestra historia, y donde, de algún modo, también nosotras comenzamos a ser, a sentir, a amar.

Estabas tan bonita vestida de novia… ¡No podía dejar de mirarte! Irradiabas una luz que se mezclaba con el ambiente olvidado de nuestra estación y parecías casi irreal.

Quizá nadie entienda por qué es tan importante para nosotras, por qué era el escenario perfecto para pedirte que no volvieras a irte de mi lado y para celebrar nuestra boda.

Pero pensándolo bien, ¿sabes qué? Que no se lo contaremos a nadie, que guardaremos esa historia para nuestros hijos y nietas y así poder recordar lo mucho que nos queremos una y otra vez.