He estado recabando informaciones diversas sobre Uganda. Sí. Supongo que todas hemos oído hablar de las grotescas novedades que nos trae. Y es que allí la homosexualidad está condenada con la pena de muerte. Hace unos días estaba a nuestro alcance una fotografía de un hombre quemado por el hecho de ser gay. Le arrebataron su vida por lo que era. A él y todos los que de ahora en adelante se atrevan a decir o mostrar su homosexualidad en este lugar y alrededores. Por lo que ahora tendrán que regresar a la clandestinidad, escondiéndose tras cualquier rincón para amar, mientras sus condenas serán publicadas y pregonadas a voz en grito, como si de un espectáculo glorioso se tratase.
El proyecto de esta ley se presentó en el 2009. Y ya en marzo de ese año se llevó a cabo en Kampala un taller digno de mención por lo dantesco que resulta. Allí el tema a tratar fue “cómo hacer que los homosexuales se vuelvan heterosexuales, cómo los hombres homosexuales frecuentemente sodomizaban a los muchachos adolescentes y cómo ‘el movimiento gay es una institución maligna’ cuyo objetivo es ‘derrotar a la sociedad basada en el matrimonio y reemplazarla por una cultura de la promiscuidad sexual'”.
Piensa en algo que te guste mucho. Cierra los ojos. Fuerte. Aún más fuerte. Visualiza ese momento en que estás en ese lugar que tanto te agrada. Ahora abre suavemente las manos y trata de alcanzar ese cuaderno de tapas duras donde escribías tus anhelos antaño. Piensa en esa canción que te hizo soñar. Tararéala. Hazla tuya. Vislumbra tu destino como si pudieses hacerlo real con un chasquido. Entre el silencio y el rumor del viento medito siempre pendiente del reloj. Tratando de apreciar los pequeños detalles que ofrece la cotidianidad devastada y empobrecida en valores. Las noticias narran sucesos que nos denigran como humanos, que nos hacen involucionar. Que nos retrotraen a épocas anteriores. Estamos quitándonos derechos, cada vez me produce más tristeza leer según qué artículos que relatan historias que ojalá fuesen bromas macabras. ¿Qué está pasando? Nos estamos volviendo tan pobres que ya no tenemos siquiera el valor para alzar la voz.
Verónica Font