Bárbara sigue caminando detrás de mí, eso no es lo que me congela el pulso, ni siquiera su gesto, abatido y pálido como la cal con la que pintaron los muros de este faro (me repito que ya no sé si seguimos en el faro o lo hemos abandonado del todo a través del pasadizo).
No quiero preocuparla, así que no le digo nada. Me limito bajar el ritmo, acercarme a ella y pasar su brazo sobre mis hombros. Lo que quede de trayecto lo recorreremos así, una junto a la otra.
Sé que nos siguen, lo he visto, pero me digo a mí misma que si quieren acabar con nosotras han tenido tiempo de sobra para hacerlo. Tengo la sensación de que nos están empujando hacia algún sitio, más allá del túnel, así que sigo el camino que nuestros pasos nos marcan. No sé durante cuánto tiempo permanecemos así porque no he mirado la hora al llegar, tengo la certeza de que es más de mediodía, el hambre y la sed están empezando a manifestarse y creo que a Bárbara le pasa lo mismo.
—¿Quieres que paremos? —le pregunto.
—Necesitamos seguir. Si queremos encontrar la salida, hay que seguir.
Me vuelvo a girar y alumbro con la pequeña linterna de mano, quienes nos siguen saben camuflarse muy bien, no he vuelto a ver a nadie detrás de nosotras.
Tengo la sensación de haber estado caminando todo el día y toda la tarde, lo que me hace pensar que este trayecto es más largo que el que seguí la primera vez que vine al faro. Además, no he encontrado ninguna barandilla anclada en la pared, como la que había la otra vez. Entonces empiezo a escuchar voces y un olor a barbacoa me recuerda la pesadilla que tuve anoche. No puedo evitar asustarme ante una amenaza desconocida.
Por primera vez escucho que hay gente más allá, murmurando:
—Ya llegan, se están acercando.
Imagino que se refieren a nosotras y eso me asusta, nos tienen completamente localizadas (como si no hubiera sido así desde el principio, pienso acto seguido). La vibración desde el interior del bolso interrumpe mis pensamientos. Germán está llamando, no puede ser más oportuno. Por supuesto, descuelgo.
—Dime, Germán.
—¿Dónde estás? En la oficina me han dicho que has salido con Bárbara. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no me has enviado el vídeo ni me has llamado en todo el día? —Parecía enfadado (y tenía motivos para estarlo).
—Tienes que confiar en mí —le suplico—. Estoy en una situación muy complicada, no ha habido señal en todo el día, por eso no te he llamado.
Me quedo esperando su réplica, pero por respuesta sólo obtengo el pitido que avisa de que se ha cortado la comunicación. Bárbara parece flaquear sobre mi hombro, tenemos que llegar a la zona de las voces, no creo que pueda aguantar mucho más tiempo.
—Vamos, sólo un poco más —la animo.
—¡Ya era hora! —dicen algunas voces. Veo a varias personas consultando la hora. Hay mucha gente esperándonos. No me cabe la menor duda: una de ellas lleva puesto mi reloj. Ha llegado el momento de hacer preguntas y, si mi instinto no me falla, vamos a empezar a oír respuestas.
Eley Grey
Foto de portada: Luzilux
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