El año 2011 terminó con muchas heridas. Heridas leves, cotidianas, otras internas y algunas de muerte. Heridas que acabaron con la seguridad, la autoestima y la vida de muchas mujeres lesbianas en el mundo. Es el saldo del odio, el miedo y el rechazo hacia las disidentes de la heterosexualidad obligatoria.
La última vez que Marisol escuchó un chiste homófobo se rió. Estaba tomando un café con sus compañeros de trabajo y, usando una
gran sonrisa a modo de careta, celebró la broma de “maricones” que hizo uno de ellos.
Marisol se esfuerza por parecer heterosexual. Con el resto de las enfermeras del hospital en el que trabaja habla de culos masculinos, de los guapos médicos de cardiología o de lo bueno que está el actor de alguna serie de la televisión. A veces se inventa citas y novios que nunca son lo suficientemente oficiales o considerados como para acompañarla a alguna que otra cena o cumpleaños que celebra con sus colegas.
Cada mañana, cuando Marisol vuelve a casa de los turnos de noche que hace en el hospital y ve a su novia durmiendo, se siente culpable. Se mete a la cama con ella y la abraza por detrás. Se le hace raro mentir sobre su vida. También se le hace rara la facilidad con que lo logra. Su familia y sus amigos saben desde hace tiempo que es lesbiana. Pero desde que entró a trabajar al hospital lo oculta. Una conocida le hizo saber que a la Dirección no le gusta contar con personal sanitario homosexual, y que durante el último tiempo algunos gays y lesbianas fueron despedidos por diferentes causas que ocultaban el motivo real: su orientación sexual.
Marisol vive en Chile, país que el último noviembre aprobó una ley contra la discriminación. A más de doce mil kilómetros, en Madrid, reside Inés, quien día a día, en su trabajo, se refugia en las mismas mentiras que Marisol.
“Una vez me aconsejaron que me callara que soy lesbiana, porque al ser maestra y estar con niños pequeños, podría perjudicarme. Y comienzas omitiendo, ocultando; después mintiendo, y va creciendo y llegando muy lejos. Al punto de que cuando quieres salir de eso te das cuenta de que ya es muy grande y que sería ridículo desmentirlo”, relata Inés.
Lesbofobia. Así se llama la discriminación homófoba y sexista hacia lesbianas. Aunque normalmente procede de una institución o una persona hacia una mujer homosexual, también existe la llamada lesbofobia internalizada, que es la discriminación que siente una lesbiana con respecto a sí misma y a aquellas con las que comparte orientación sexual.
La lesbofobia que mata
El año 2011 dejó un registro de varias heridas. Diversos episodios de lesbofobia se sucedieron en el mundo.
En julio, cinco lesbianas fueron golpeadas e insultadas por un grupo de chicos que intentaban ligar con ellas. Incapaces de asumir el rechazo por la orientación sexual de las chicas, los jóvenes comenzaron a gritarles “putas bolleras” y procedieron a atacarlas en una estación de metro de Washington.
En la misma fecha, en Jaén, otro hombre atacó a una mujer lesbiana. En este caso era un padre que arremetió con un bastón y en plena calle contra su hija de 19 años por no aceptar su orientación sexual. La joven terminó con diversas lesiones en su brazo y espalda, además de una quemadura en el pie por haber perdido una zapatilla mientras huía de los golpes de su padre.
Tres meses más tarde, una pareja de lesbianas adolescentes que se besaba en la plaza del Ducado de Charleville-Mézières, ciudad francesa, fue derrumbada a puñetazos por un par chicos que, mientras las insultaban, las pateaban en el suelo. Días después, en forma de protesta, se organizó una gran besada LGTB en el lugar.
En diciembre, Kristen Cooper, una universitaria de Texas, también recibió una paliza de parte de dos hombres. ¿El motivo? El mismo que las chicas anteriores: su lesbianismo. Fue brutalmente agredida e insultada después de una fiesta a la que asistió con amigos.
“En los ataques de lesbofobia se hace patente el miedo y la confusión de quien no acepta la diferencia, de quien teme a la diferencia y a que las cosas no sean como las tiene arraigadas en su cabeza. Ese miedo se manifiesta en forma de ira ciega. Son mentalidades muy poco flexibles y muy poco empáticas”, señala Margarita Castaños, socióloga e investigadora.
Cuando la lesbofobia llega más lejos y cuesta la vida de una mujer lesbiana, se le conoce como crimen de odio, concepto que engloba a aquellos asesinatos cuyo motor es la intolerancia ante cierta raza, etnia, orientación sexual, identidad de género, religión, discapacidad, nacionalidad y afiliación política.
Odio. Odio fue lo que impulsó, en abril, a José Avilés a tocar el timbre de la casa de Norma Hurtado, de 24 años y novia de su hija de 18, con una escopeta cargada. No le gustaba que su hija fuera lesbiana. Y menos que tuviera una relación. Por lo que apenas Norma le abrió la puerta, le quitó la vida a ella y a su madre, de 57 años.
“Te mostraremos que eres una mujer”
En diciembre, la organización Human Righ Watch publicó su informe de 93 páginas titulado “Te mostraremos que eres una mujer. Violencia y discriminación a lesbianas y hombres transgénero de raza negra”. A través de sus más de 120 entrevistas, el informe da cuenta del alto nivel de violencia al que están expuestas las lesbianas en diversas regiones de Sudáfrica.
La discriminación en empleo, servicios y salud acompaña a la violencia física y psicológica de la que son víctimas, en especial las lesbianas masculinas.
“Caminaba de regreso del club. Cuatro hombres me violaron. Yo gritaba. Ellos me dijeron: Nosotros sólo queremos demostrarte que eres una mujer. Pensé que era mi culpa. Pensé que tal vez yo los provoqué al decir abiertamente [que] era lesbiana. Eso es todo el asunto. Ellos creen que las mujeres [sólo] deben estar con hombres”. Es el testimonio de Puleng, de 23 años, que se recoge en el informe. Estos actos suelen quedar impunes, ya que la policía no responde de manera eficiente. Según los entrevistados, la policía suele reaccionar con burlas y acoso ante estas denuncias.
“Cuando eres lesbiana (…) no puedes ir a la policía. Hay una lesbiana mayor que yo que fue violada. Su caso no fue tomado en serio. Alguien me va a violar porque soy lesbiana. Me dan ganas de quedarme encerrada (…). Mi amiga permanece sola, todo el mundo lo sabe. Claro que [los hombres del vecindario] están planeando algo. Sólo que el día todavía no ha llegado.” Es parte del testimonio de Nombeko, de 18 años.
Discriminación, insultos, palizas, violaciones y asesinatos. Armas que utiliza la lesbofobia para castigar a las disidentes de la heterosexualidad obligatoria. De herir a una mujer y, en esa herida, herir el lesbianismo.
“No existen recetas mágicas para luchar contra la lesbofobia. Es cosa de tolerancia y flexibilidad ante la diferencia. Eso se logra con educación desde la infancia, también con mensajes positivos de instituciones que tienen el control y que son referentes de pensamiento. La normalización es también un factor importante. El poder verlo y ya incorporarlo como algo cotidiano y normal. Que lo condenable por la sociedad pase a ser la homofobia. Soy positiva. Las cosas están cambiando. Es cosa de tiempo. Mucho o poco, dependiendo de la región. De tiempo, visibilidad, educación y fuerza. Bastante fuerza”, concluye Margarita Castaño.