Capítulo 4
Guardó los papeles en el cajón de la mesilla de noche y observé cómo sacaba un pañuelo rojo de seda del bolsillo de su batín. Debía ir a juego con él. Esperé sentada en el chaise longue, donde había estado rellenando el formulario, disfrutando al saber qué iba a pasar. Lady Amanda retiró el pelo de mi cara y me cubrió los ojos con ese pedazo de tela. Me excitaba el mero hecho de imaginar qué podría hacerme con los ojos vendados.
Noté cómo se sentaba a mi lado y unos segundos después me regalaba una leve caricia, casi inexistente, en el muslo. Aquello sirvió para encenderme. Se acercó a mi oído, mordió y lamió mi lóbulo. Al mismo tiempo separó mis piernas y me sorprendí a mí misma ayudándola. No sabía lo que pretendía, pero me adelanté y me subí el vestido ajustado. Siguió repartiendo caricias por mi cuerpo: en el cuello, en los costados por encima de la ropa, en la cara interna de mis muslos. Y cada una de ellas hacía que deseara más.
Pensaba que su tortura me estaba haciendo perder la cabeza cuando, de pronto, sentí cómo se colaba entre mis piernas y daba un lametón a mi intimidad por encima de la ropa interior. Sus uñas se aferraron a la piel de mis muslos con fuerza y no pude evitar soltar un pequeño grito.
—Primera lección: el placer nace en lo inesperado —susurró, con un evidente tono de deseo.
Arrugué la nariz a modo de respuesta. Todavía estaba recuperándome por la sorpresa, por ese breve instante que me había hecho perder la cordura. Y entonces noté un roce ligero y suavísimo en mi cuello. Ladeé la cabeza automáticamente para ofrecerle más espacio y la caricia se hizo más intensa.
—La segunda lección: al perder uno de los cinco sentidos, los otros cuatro se potencian. El poder de las caricias se multiplica, porque tu cuerpo está aguardando, tratando de descubrir dónde se producirá el siguiente ataque.
Me parecía que toda aquella explicación era bastante lógica. A pesar de ello estaba demasiado ocupada dejando mi cuerpo a merced de Lady Amanda como para darle vueltas con detalle. Me chocaba el hecho de que, aunque me estaba entregando a ella por completo, me sentía más libre que nunca.
Asentí notando cómo la piel de todo mi cuerpo se erizaba. Se ocupó de quitarme el vestido, dejándome únicamente con la ropa interior de encaje. Estaba deseando que también me quitara esas dos últimas prendas y me desesperaba que me hiciera esperar tanto. Me tomó por la cintura, obligándome a darme la vuelta para quedar a cuatro patas sobre el chaise longue.
En un nuevo intento por volverme loca, clavó sus largas uñas en mis hombros y las arrastró por toda mi espalda. Solté un gemido a caballo entre el dolor y el placer. Mi piel escocía, ardía.
—El dolor no es el objetivo, sino un medio —Hizo una pausa breve y escuché con atención—. Un medio para alcanzar el placer. Esta es la tercera lección.
Todavía estaba asimilando las frases que acababa de decirme cuando sentí cómo se colocaba sobre mí. Noté todo su peso en mi espalda y tenerla tan cerca me hizo jadear. Escondió el rostro en mi cuello, haciendo succiones en mi piel que probablemente me dejarían marca durante unos días. Volvió a colocarme en la posición de antes y siguió succionando en mi escote, justo debajo del sujetador, en mi abdomen. Nunca me había gustado que me hicieran chupetones, pero sentía que la ocasión lo merecía.
Me quitó el pañuelo que me cubría los ojos y parpadeé un par de veces antes de recuperar la visión. Nos miramos. Acercó su rostro al mío y lamió mis labios, haciéndome soltar un suspiro. Pensé que desde que estaba allí no me había besado una sola vez y lo eché de menos. Un pensamiento me recorrió fugaz. ¿Y si no estaba a la altura? ¿Y si no era suficiente para Lady Amanda? Habría estado con decenas de chicas, con seguridad. ¿Y si no era lo que esperaba? El ritmo de mis latidos se hizo más rápido y temí que la italiana pudiera oírlos.
—¿Estás bien, Noe? —Su voz interrumpió mis pensamientos y me asustó que se hubiera dado cuenta de que, en efecto, algo ocurría. Pero su tono, por primera vez, era tierno y estaba cargado de preocupación.
—Lo estoy. Sólo necesito que vayas más despacio… —susurré.
Lady Amanda se mordió el labio y me miró, sin necesidad de decirme que lo haría o simplemente asentir.
Durante los siguientes minutos nos mantuvimos en silencio. Ella me observaba de reojo, y no me molestaba. Había sido una sesión no muy larga pero intensa y sentí cómo mis párpados comenzaban a cerrarse. En cierto momento, la rubia alargó la mano para acariciar mis tirabuzones negros, sin decir nada más.
Thais Duthie
Ejem; me has dejado sin palabras.
Buen capítulo.
Gracias Thais
¡Muchas gracias!
Thais… wow,, wow,, wow,, necesito mas
¡Ay! Me encanta que sigas “Fugace piacere”.
Espero no decepcionarte 😉
Wow, me encanta! espero que nunca se termine 😉