Por A.G. Novak
Mientras la sociedad se ocupaba de dictar qué debían hacer, sentir y vivir las mujeres, hubo algunas valientes que desafiaron las normas sociales y jugaron a la saltacabrilla con los límites admitidos del deseo. Hoy vamos a presentar a unas cuantas que vivieron y escribieron a su manera en un mundo que prefería tenerlas calladitas, asfixiadas debajo de sus corsés, bordando y tocando el pianoforte.
Como es lógico, muchas tuvieron que camuflarlo entre versos, diarios en código o cartas que ardían más que el brasero de la mesa camilla de tu abuela, aunque eso no les resta el enorme valor que tienen como guerreras en un mundo que les era hostil y en el que no se les permitía ni tener un lápiz a su nombre.
La primera a la que deseo mencionar es Katherine Philips, británica que se hizo famosa por sus poesías sobre la amistad femenina, aunque si leemos entre líneas sus versos destilan mucho más que simple cariño.
Fundó un pequeño grupo literario de mujeres llamado El círculo de los amigos, donde usaban nombres simbólicos para esconderse un poquito o bastante. Sus poemas hacia otras mujeres destilan amor, devoción y un tipo de afecto que hoy interpretaríamos como romántico.
No he amado al mundo, ni el mundo a mí;
pero tú, querida amiga, serás todo mi placer.
Cortejaré tu amor, y te prometo ser
tan fiel como la verdad y la lealtad.
Aunque no podemos decir que fuese lesbiana en el sentido moderno del término, su obra deja claro un amor profundo por otras mujeres que aún hoy supone debate entre los críticos, que no se terminan de poner de acuerdo en cuanto a su interpretación por el condicionante del contexto social. Murió muy joven, a los 32 años, pero dejó una huella enorme en la poesía inglesa.
Nos quedamos en las mismas costas para conocer a otra británica contemporánea de Philips, Aphra Behn, una adelantada a su tiempo. En una época en la que lo tenía todo en contra, se convirtió en una de las primeras mujeres en vivir de su escritura de manera profesional y trabajó como espía para el rey Carlos II con el nombre en clave de Astrea. Fue dramaturga, poeta, traductora y novelista, además de ser una firme activista por los derechos de las mujeres.
Su obra más famosa, Oroonoko (1688), es una novela pionera que refleja las rebeliones de esclavos que presenció cuando vivió en Surinam. No oculta una crítica abierta a la esclavitud, algo impensable en una época repleta de brutalidad hacia el ser humano. También dejó tras de sí una estela de poesía subidita de tono, donde abundan la sensualidad femenina y las alusiones ambiguas (y no tan ambiguas) a relaciones entre mujeres.
La espía con pluma afilada y poca vergüenza, aparte de un breve matrimonio de conveniencia, no expresó demasiado entusiasmo por los hombres. Se cree que mantuvo relaciones afectivas intensas con algunas de sus amigas, como la actriz Elizabeth Barry.
Tenemos que esperar unos añitos para encontrarnos con nuestra siguiente lesbiteraria, Anne Finch, Condesa de Winchilsea. Esta poeta aristocrática inglesa escribía sobre la melancolía, la depresión y también la belleza y sororidad femenina (suena dramática, la amiga). Estuvo casada con un tipo en apariencia muy comprensivo, porque sus poemas hacia otras mujeres reflejan afectos románticos. ¿Amistades idealizadas al estilo clásico o romances más profundos? Eso no está claro, pero su tono amoroso y lírico hacia mujeres como Mary Wortley Montagu no pasa desapercibido.
Y vamos a detenemos un momento para hablar de ella. Nacida como Mary Pierrepont, Mary Wortley Montagu fue una mujer incombustible que tenía opiniones bastante progresistas sobre el papel femenino en la sociedad. Se casó con Edward Wortley Montagu y cuando este fue nombrado embajador de Turquía entró en contacto con una sociedad que la marcaría de manera irremediable. Escribió descripciones detalladas de la vida oriental y descubrió que, para evitar epidemias de viruela, las mujeres turcas mayores inducían un caso leve en los niños mediante lo que llamaban un injerto. Mary intentó que su país adoptara este remedio, pero la sociedad médica (y machista) de la época lo rechazó.
En la segunda mitad del siglo XVIII nos tropezarnos con Mary Wollstonecraft, (madre mía, ¡otra británica! Dios salve a la reina…ahora rey), firme feminista y, de algún modo, abuela de Frankenstein. Mary fue una filósofa y escritora inglesa considerada la madre del feminismo moderno gracias a su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792), donde aboga por la igualdad de género en la educación y el pensamiento.
Aunque tuvo relaciones con hombres (fue madre de Mary Shelley, la famosa autora de Frankenstein), sus cartas a Fanny Blood, su mejor amiga, dejan entrever un afecto tan profundo que puede interpretarse como romántico. Cuando Fanny murió tras dar a luz en Gibraltar, Mary cayó en una depresión profunda que la marcaría para siempre. Muchos estudios actuales interpretan esa relación con Fanny como una forma temprana de afecto lésbico reprimido.
Todas estas intrépidas vivieron en mundos donde hablar de forma abierta de amor entre mujeres podía ser peligroso, por eso muchas de ellas han navegado en un mar de ambigüedad que aún hoy las persigue. Aun así, encontraron maneras poéticas, codificadas o incluso descaradas de expresarse lo mejor que supieron.
Lee, lesbiana, lee, una vida sin letras muere ahogada en el mar de la incertidumbre.
Primera parte de Lesbiterarias.