Ya está. Te has enamorado y sabes que es la mujer de tu vida. Todo es rosa, todo es maravilloso, parece que los árboles entonan una canción romántica a tu paso por el parque, los pajaritos cantan y tú vas silbando sin darte cuenta siquiera.
El amor embellece tu vida y olvidas por un momento que el centro de tu existencia eres tú. Ella lo es todo. Ocupa tus pensamientos y piensas en hacerle el amor cuando tu amiga Rosa te está contando que le echó demasiada sal a un plato vegetariano que preparó para unos amigos (¿acaso no podías vivir sin tan fundamental información?). Le sonríes a la cajera del supermercado como si te fuese la vida en ello porque no consigues borrar esa carita de tonta que se te quedó cuando dos segundos antes tu chica te mandó un whats diciéndote lo guapa que eres y lo mucho que te quiere.
Sí. Enamorarte es algo maravilloso. Probablemente lo mejor que te puede pasar en la vida. Y hacerlo de una mujer es algo extraordinario; que ella te corresponda, un tesoro tan valioso que harías cualquier cosa para salvaguardarlo. Pero ser una lesbiana enamorada puede convertirse en una carrera de obstáculos. Puedes llegar a olvidar que se trata de una maratón; que los 100 metros lisos mejor déjaselo a esa antigua tú que se tiraba todo lo pasaba en los baños de las discotecas de ambiente. Que ella tiene necesidades, miedos y deseos que no siempre tienen por qué coincidir con los tuyos. De hecho, lo más probable (y sano) es que no lo hagan casi nunca. Que tendrás que negociar, ceder y hacer el duelo de la tú de antes para poder ser la tú de ahora.
Porque una mujer ha entrado en tu vida. Lo hayas querido o no, te guste más o menos, ella está ahí, y, lo más importante, quieres que se quede.
Aquí tienes unos consejos para no meter (mucho) la pata:
- No intentes “picar” en su plato. Parece una tontería pero alguna mujer puede matar por su comida. No te metas entre ellas, saldrás perdiendo. En el mejor de los casos tu novia te obsequiará con una sonrisa forzada mientras tiene el tenedor listo para clavarlo en tu osada mano. Si es de las que no tiene problema en compartir la comida, perfecto. Si no, ojito.
- Variante del primer consejo, este segundo que, cuidadín, resulta fundamental; si toca compartir, hazlo. Ejemplo: Estáis en un restaurante romántico con velitas que matizan vuestras miradas llenas de amor y decidís compartir postre. Os sirven esa mousse de castañas que tiene una pinta estupenda y, mientras ella acaba su plato, aprovechas para probarla. Y probar un poquito más (“¡Qué rica está!”, le comentas a tu amor). Hasta que ¡horror! te das cuenta que te has comido más de la mitad del postre (y no un poquito más). Ahí es cuando miras a tu pareja con esos ojitos de gatita compungida y le acercas el tercio de mousse que queda con una sonrisa desolada a la vez que piensas que en realidad no te arrepientes aunque sabes que, a pesar de su mirada que dice “te perdono”, esta te va a salir cara (y no sólo por la cuenta).
- Cuidado dónde pones tu vaso. Aunque tú eres una mujer “relajada” en cuanto a limpieza se refiere (y por ello dejas tus botellas de cerveza donde te pille el momento), es posible que tu pareja odie, aborrezca, encuentre deleznables e insoportables esas manchas que dejan los vasos encima de la mesa. Sí, sé prudente: si te obsequia con unos posavasos de flores horteras para tu casa, es una indirecta. Úsalos y te ahorrarás problemas.
- No mordisquees sus lápices. La situación típica en la que estás con tu novia enfrascada en cualquier tarea que requiere un lápiz que no tienes, que ella te presta y que tú le devuelves no sólo con la marca de tus dientes sino que también con la baba que acompaña el proceso, no es una manera adecuada de gestionar una relación. Yo te entiendo: mordisquear algo es fundamental a la hora de reflexionar sobre cosas fundamentales (qué hacer al día siguiente, si va a ganar tu equipo el próximo partido o lo que hay que poner en la lista de la compra…). Sin embargo, aunque a ella no le importa compartir tu saliva (de hecho lo hace con gusto) probablemente no le haga gracia que lo hagas con terceros/-as (ello incluye lápices, bolis y derivados). Si estás nerviosa, cómprate unos chicles.
- Charlize Theron es tu fantasía; no es necesario que se lo comuniques a tu novia. El típico comentario “Joder, qué buena está Charlize. Ayer la vi en una escena en la que se suponía que estaba desaliñada y recién levantada y aun así es perfecta” está terminantemente prohibido. Además del “tampoco está tan buena”, acompañará un “¿qué pasa, yo no te gusto?”. No te metas en problemas tontos. Es imposible que tu novia acepte tu explicación sobre el hecho que Charlize es una mujer que te parece objetivamente guapa pero que tu novia es el amor de tu vida y que, por supuesto, te parece la mujer más guapa del mundo (como no digas eso, la has cagado, y aunque lo digas, ya la has liado así que eso tampoco te va a salvar). Por lo tanto, si no le molesta este tipo de comentarios, perfecto, tienes una novia segura de sí misma. De no ser así, deja a las Charlize (salvo en Monster), Angelinas, Jessicas, Monicas y otras en tus pensamientos.
- Nunca, he dicho nunca, te metas con su madre. Ya sabemos lo complicadas que son las relaciones entre hijas y madres. Se han escrito millones de libros sobre ello que nadie se ha leído pero todas tenemos claro que nuestra relación con nuestra madre pasa de “complicada” (la mayoría del tiempo) a “idílica” (cuando tu novia se mete con ella). Por lo tanto, piénsate muy mucho lo que le dices de su progenitora; puedes desencadenar una tormenta. P.S. Tampoco vale apoyar sus comentarios negativos acerca de su madre. En caso de que decida recorrer la casa gesticulando y refunfuñando, deja que lo haga. Si se te ocurre decirle “es verdad que tu madre a veces es un poquito pesada/entrometida/mandona/etc.”, no sólo se reconciliará inmediatamente con ella sino que empezará una guerra contigo que no tienes ninguna posibilidad de ganar.
Si a pesar de haber estudiado estos consejos lápiz entre los dientes, pies encima de la mesa al lado de una botella de cerveza, y de haberlo intentado con todas tus fuerzas, no has podido evitar una catástrofe con tu nueva pareja, piensa que quizá no has metido la pata de forma tan penosa que es irremediable. Tómatelo con humor, sonríe y disfruta: la quieres y ella te quiere. Al final, eso es siempre lo más importante.
KeliR