Aún recuerdo el día que me dieron el diagnóstico: Cáncer. En ese momento se paró el mundo para mí y para mi familia. Es una palabra que asusta muchísimo. ¿Cómo podía ser posible un diagnóstico así a mis 34 años, yo, una mujer saludable, deportista, con una buena vida?
Lo más difícil del cáncer fue aceptar que lo tenía y que incluso luchando con todas mis fuerzas podía morir, podía recaer, podía perder todo lo que me importaba. Qué importante es la salud cuando sentimos que es tan fácil perderla.
Lo más urgente era iniciar el tratamiento. Pero antes de esa urgencia me rondaba un pensamiento en la cabeza. ¿Podré ser madre algún día? En mi vida antes del diagnóstico no lo tenía muy claro. Pero en mi vida después de saber que padecía de un cáncer sí. Yo sí quería formar una familia, yo sí quería tener un bebé.
Una de mis amigas, que es médica, me recomendó preservar mi fertilidad antes del tratamiento. Me puse en manos de la mejor y más prestigiosa clínica: IVI. Expuse mi caso y rápidamente inicié el procedimiento para congelar mis óvulos. Me pinché durante casi dos semanas hormonas en la tripa, lo que estimuló el crecimiento de varios ovocitos. En IVI controlaban este crecimiento varias veces a la semana. Luego vino la punción, en la que conseguimos 12 óvulos.
El tener mi fertilidad preservada fue determinante para que pudiera sentirme tranquila y comenzar el primer ciclo de quimio.
Lee también: Alba y Carmen, una historia de amor y de óvulos congelados
Cuando a día de hoy, con 42 años, miro para atrás, me sobrecoge el dolor que sufrí y el que sufrieron mis personas queridas. Pero no puedo estar más que agradecida por cómo se fue desarrollando mi vida.
Dos años me costó ganar la lucha al cáncer. Dos años en que estuve muy cuidada y arropada, en que cambió mi forma de ver y enfrentar la vida. A los 38 años conocí en un cumpleaños a la mujer que 18 meses después se convertiría en mi esposa.
Mi cumpleaños número 41 lo celebré abrazada a mi mujer, que en ese momento estaba embarazada de 40 semanas. El embarazo se había llevado a cabo con uno de los óvulos que congelé antes de iniciar la quimio. ¿No es increíblemente hermoso?
En IVI descongelaron mis óvulos y los fecundaron. De los 4 embriones que tuvimos transfirieron el primero a su útero, un procedimiento muy sencillo que duró muy poquito. Lo vimos todo a través de una ecografía.
Ese embrioncito es ahora el bebé más parlanchín y gateador del mundo. Y es para mí la prueba de que el amor siempre acaba curando el dolor.