El vino es también una bebida alcohólica procedente de la fermentación de los azúcares del zumo de uva. Pueblos como los egipcios, romanos y griegos conocían sus virtudes y alababan a dioses del vino pero fue realmente a partir de la Edad Media y con la propagación del cristianismo, cuando empieza a ser importante la viticultura.
Al igual que con la cerveza distinguíamos tipos en función del cereal empleado, en el caso del vino distinguiremos los diferentes tipos en función de la variedad de uva empleada. De esta forma los más característicos serán el vino blanco y el tinto.
Por su parte, el vino tinto ronda los 12-15º y el rosado (mezcla de uva blanca y roja), está entre los 12-13º.
Mención especial merecen los vinos dulces (con un contenido alcohólico entre 15-22º) como el Mistela, Moscatel, etcétera. Elaborados con uvas especiales y con mayor contenido calórico (por el grado alcohólico que presentan).
Después de tanto tostón, vamos a lo que nos interesa: ¿qué cosas buenas (o malas) nos aporta el vino?
Pues bien, por el hecho de tener alcohol, ya sabemos que nos aportará calorías, concretamente 7 calorías por cada gramo. Sin embargo, al igual que pasa con la cerveza, el vino no es un alimento “vacío”, carente de nutrientes, sino que nos aporta –en mayor o menor medida, dependiendo del tipo de uva utilizada y del proceso madurativo al que se haya visto sometido- los siguientes nutrientes: catequinas (son sustancias presentes en la uva que actúan como antioxidantes, son anticancerígenas, antiartríticas, antiinflamatorias, antiulcéricas, inmunoestimulantes y hepatoprotoras), polifenoles (reducen la ateriosclerosis y la aparición de colesterol LDL –“malo”-), resveratrol (tipo de flavonoide presente en el vino tinto y en la piel de la uva negra y con las mismas propiedades que las catequinas) y pequeñas cantidades de minerales como potasio, fósforo, magnesio, calcio y ácido fólico.
Como decíamos en el artículo anterior, los beneficios a la hora de consumir vino se obtienen con un vaso al día con las comidas las mujeres y dos los hombres (siempre en el marco de una dieta equilibrada y variada), pasarnos de esas cantidades implica revertir los efectos beneficiosos.
Y para finalizar, me gustaría dejaros un enlace por si a alguna le entra la curiosidad y tiene venilla de investigadora… “La paradoja francesa” ¿Cómo es posible que en el sur de Francia, donde se consumen de forma cotidiana mantequillas, foies, quesos y otros tipos de grasas animales y saturadas, la incidencia de enfermedad cardiovascular sea menor que en países vecinos o Estados Unidos, con un consumo mucho menor de grasas saturadas? ¿Será por el vino?
Con este artículo espero que hayamos aprendido todas un poco más acerca de los alcoholes más comunes que nos rodean y que aprendamos a beber con cabeza y moderación, nuestra salud y nuestra “barriguita” nos lo agradecerán.
Cristina Borrero González
Técnico Superior en Dietética y experta en nutrición deportiva
Visita mi blog Lapsus para la vida sana