Mi deseo, tu pecho y tu embrujo
Una de esas noches de luna llena, donde todos los instintos se despiertan, aunque los míos nunca duermen, fui poco a poco besando cada parte de su suave piel, rozando cada curva, acariciando cada milímetro de su hermoso cuerpo. Siempre me fascinó su color, su textura aterciopelada, su olor único. Fantaseaba con su belleza, ella habitaba en mi mente y siempre era fuente de mi deseo.
Siempre me consideré una mujer diferente, mi libido no aparecía en las supuestas estadísticas, ni biorritmos de las revistas, donde se solía decir que a las mujeres nos apetece menos el sexo. Uf…, nunca me identifiqué en esos parámetros, pues los cuerpos de las mujeres, en general, y el suyo en particular, siempre me parecieron bellísimos, excitantes, insinuantes, eróticos. Podía follar con la mente, sin problemas. Sin duda, el sexo está en el cerebro, y a las mujeres, se nos concedió la sabiduría. A miles de kilómetros su figura se dibujaba en mi mente y me excitaba.
Su cicatriz era su lucha por vivir, no era lo que faltaba. Aquella cicatriz sellaba mi amor, mi deseo, mi pasión diaria por su cuerpo, su mente, su deseo. Mis miedos desaparecían cuando su cuerpo era uno con el mio, y me empoderaba un gramo de su deseo. Su roce me erotizaba, y me hacía yacer exhausta sin horario junto a ella.
A veces, me confundía mi propia pasión, la deseé cuando hubo que raparle la cabeza, su cráneo era bellísimo, como el de Nefertiti, ―la reina egipcia de belleza legendaria― , me resultaba erótico acariciarla, a pesar de que socialmente, no cumplía los cánones de belleza establecidos para las mujeres. A mí no me importaba, estaba guapa, atractiva, como siempre. Mi confusión, fruto también de mis roles de género interiorizados, me hacían pensar que quizás no estaba muy bien aquel deseo, pero esto me duró cinco minutos, luego seguí libidinosa, sin culpa, contemplando a mi diosa.
Sus ojos eran como la luz del sol: te atravesaban la piel. Aquello me aumentaba el deseo. Belleza interior y exterior, sin duda, como un éxtasis, fusión de lo humano y lo divino. Su cuerpo era divino y me transportaba a los máximos placeres celestiales.
En mis pajas mentales, siempre pensaba que el clítoris era el gran regalo divino de las diosas, no servía para nada más que para gozar, pero era un secreto oculto, no conviene dar ideas, así que me gustaba reivindicar el clitoriscentrismo, centrarse ahí y dejarse llevar, me parecía fascinante. Sumergirse en los placeres clitorianos era como estar en la séptima morada. Ahora con más razones, podía explorar el multiorgasmo femenino, sólo pensar en su sensualidad y en el afán de recorrer su cuerpo y su clítoris, me subía la temperatura y mi cuerpo era una ebullición de sentidos, de placeres, de gemidos, pura éxtasis.
Ese embrujo que ejercía sobre mí lo recuerdo desde el primer día. Ser un signo de fuego y ella de agua, y además un poco lunática, me sumergía en sus hechizos.
Empezaba nuestro homenaje de agradecimiento, nuestra ceremonia particular. El susurro de su voz sobre mi piel me hacia estremecer, el roce de sus carnosos y suaves labios en mi cuello eran magia. Sabía llevarme por los instintos de la mujer salvaje, a su antojo, enredadas cuerpo a cuerpo. Nuestros cuerpos en la arena, fusionados en uno, daban culto a la vida en una explosión de placer. Recorrí cada una de sus curvas, acaricié todo su cuerpo a la vez que bendecía aquel mágico momento, su cicatriz me recordaba su triunfo y me llenaba de emoción gozarla, de nuevo. Ella, como la mujer salvaje que era, besó cada parte de mi cuerpo. Sólo sus suspiros hacían que estuviera en el paraíso de los sentidos, ambas sumergidas en el paraíso clitoriano, probamos los sabores del multiorgasmo y fundidas en el placer, rendimos homenaje a la vida.
Y por todo esto, la deseo hasta la extenuación, siento en mi cuerpo palpitante, este maravilloso texto subversivo del libro bíblico de Ruth: “No insistas más en que te deje, alejándome de ti; donde tu vayas, iré yo, donde tu vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tu mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos” Ruth 1,16-17. Nada podrá apartarme de desearla, ni el cáncer ni la adversidad, siempre habitará en mí, como parte de mí, y siempre desearé hacer el amor con ella, a todas horas.
¡Quédate conmigo, siempre!
Mari Enrique Belvis
Me ha dejado sin palabras. Un canto a la vida en toda regla y culminando de esa forma… yo quiero conocer a más mujeres como tú, Mari. Gracias, a ti, a ella, a todas las que hacéis posible que historias como la vuestra lleguen hasta nosotras.
Queridísimas amigas, conocer a personas como vosotras me hace sentir orgullosa de ser mujer. Ayer te vi, mujer de agua, mujer salvaje…tan guapa, que no puedo dejar de dar la razón a Mari, cuando te encuentra tan sensual, porque lo eres. Que Dios bendiga vuestro amor y cada uno de vuestros besos. Admiro el amor y el sexo sin culpa ni remordimiento, fundidos el espíritu y el cuerpo como vosotras aquella noche sobre la arena frente al mar… Os quiero.
Querida Cristina, gracias por tus palabras tan generosas. Un abrazo
Maravilloso texto. Maravilloso. Transmite unas ganas de vivir, de imaginar, de crecer juntas y de amar de la forma más física y más soñada posible. Gracias por quereros así y hacer de este mundo algo que merece más la pena.. 🙂
Ojala todas las que hemos pasado por el cáncer de mama,seamos capaces de recibir y dar tanto amor
Precioso!
Pilar eres capaz !! yo recibi mucho de ella estando enferma. Gracias a la revista Mirales por la oportunidad y a ánimo para todas !!