#SemanaErotica MiraLES. Hacía ocho meses que se había ido a trabajar al extranjero. No fue una decisión fácil pero ambas sabían que era necesario: la situación económica apretaba y querían mantener el proyecto de futuro que habían planeado.
A pesar de la distancia, y por muy difícil que les pareciera en un principio, su vida sexual seguía siendo muy activa. Al menos todo lo activa que podía ser a miles de kilómetros de distancia. A las dos les gustaba follar y que las follaran. Pero no cualquiera. Les gustaba follarse mutuamente, la una a la otra. No había nadie más para ellas.
Así de meticulosa le gustaba ser. Recorrer de arriba abajo la piel de su novia era un ritual sagrado para ella. Y la ilusión de poder hacerlo una vez más, lo que le daba fuerzas para aguantar la distancia que las separaba.
―Mis manos ansían cada milímetro de tu cuerpo y voy dibujándote poco a poco.
Ella, tumbada desnuda en la cama que había sido de ambas, ahora demasiado grande para una sola, leía en el teléfono las palabras sensuales que le iban llegando desde el otro lado del mundo.
Aquella vez, sin embargo, había algo distinto en su manera de escribir. Más deprisa que de costumbre, con más urgencia. Aunque eso fue algo de lo que no se percató. Estaba demasiado ocupada fantaseando con que eran las manos de su amor y no las suyas propias las que acariciaban su cuerpo con deseo.
Le gustaban esos momentos de intimidad en la distancia y los preparaba con cuidado: música de fondo, velas e incienso. Ese ambiente y esas palabras la ponían muy, muy cachonda. Se dejó transportar a ese mundo erótico en el que sólo cabe el placer.
―Me gustaría perfilar tus labios con mi lengua, una y otra vez, sin dejar que tu lengua tocara la mía. Bajar por tu cuello y recrearme lamiendo tus pezones mientras mi mano se cuela en tu coño.
Notó al instante cómo se humedecía y no tardó en bajar su mano para comprobarlo.
―¿Te estás tocando?
Lo hacía. Ardiendo hasta el extremo, con sus manos recorría el camino marcado y, afanada en esta tarea, no se molestó en contestar.
―Ya veo que estás demasiado ocupada. Me gusta.
Ella, sabiéndose húmeda y cada vez más y más excitada, se dejaba llevar por su imaginación, la música y el placer de masturbarse con calma, experimentando con su propio cuerpo, buscando nuevas sensaciones.
―Seguro que estás cachonda y húmeda. Daría lo que fuera por saborearte y lubricarte aún más.
Estas palabras hicieron que se estremeciera y una ola eléctrica incontrolable, un orgasmo bestial, se materializó entre sus piernas. La explosión le hizo arquear la espalda mientras seguía tocándose y corriéndose. Sus dedos fueron perdiendo velocidad paulatinamente. Sin embargo, no se detuvieron del todo.
―Cómo me habría encantado oírte gemir. Esta vez quiero escuchar bien alto cómo te corres.
Aunque había quedado más que satisfecha, volvió a la carga sin pensárselo dos veces, pues casi pudo leer las ganas en las palabras de su chica y eso la había excitado sobremanera. Y así, en un arrebato de pasión, tiró el estúpido teléfono al suelo sin importarle nada más que su propio placer.
Imaginaba con los ojos cerrados cómo una lengua la visitaba en la distancia y lamía ferviente su interior. Llevada por sus fantasías y su excitación, mordía su labio inferior entre gemido y gemido sin dejar de pensar en cómo su novia la lubricaría a conciencia si estuviera con ella.
De pronto, algo agarró su brazo contra la cama y notó en su boca algo ajeno a ella, algo que conocía muy bien. Se movía con la soltura de alguien que conoce a la perfección la tarea que desempeña, sabiendo con exactitud dónde ir y qué hacer en cada momento: un dedo comenzó a juguetear travieso en su boca, rodeando su lengua, lentamente primero y luego más deprisa. Salió bien mojado de entre sus labios para dejar paso a una hábil lengua ávida de deseo.
Entretanto, aquel dedo resbaladizo se escabulló hasta sus pezones, que pellizcó, estrujó y manoseó a capricho. Cuando consideró que ya no podían estar más duros y firmes, deslizó la mano por su vientre hasta acariciar ese vello duro y rizado que tanto le gustaba, sin dejar de sujetarla contra la cama con la otra.
Un dedo se introdujo en su interior súbitamente. Fue un alivio, pues deseaba con impaciencia aquel dedo dentro de ella. Se metió hasta el fondo de golpe, para después ir retrocediendo hacia el exterior y volver a entrar. Lentamente al principio y luego más y más rápido, ese dedo estaba consiguiendo llevarla de nuevo al placer absoluto.
No sabía si todo aquello era verdad o sólo su imaginación. La estaban follando, sí, pero era tal el placer que sentía, lo bien que se lo estaban haciendo, que no abrió los ojos por temor a que todo se desvaneciera.
Productos de su imaginación o no, aquella mano sujetándola, aquella lengua y aquel dedo consiguieron que alcanzara un orgasmo que no olvidaría con facilidad. El gemido más escandaloso y excitante que jamás hubiera escuchado salió disparado de su garganta cuando aquella electricidad, esta vez mucho más potente, volvió a apoderarse de todo su ser.
Tras los breves segundos que se tomó para recuperar mínimamente el resuello, reunió el valor suficiente para abrir por fin los ojos. Unas maletas junto a la puerta y los hermosos ojos de su novia a su lado fue todo lo que vio. Y su cerebro, en el que aún no circulaba demasiada sangre, le dijo que todo estaba bien.
Guau acabo de excitarme de veras. Muy bueno!