“Otra mañana que no me diriges la palabra, o que haces como que no me ves. Estoy recogiendo la mesa e intento dar un paso. “¿Quieres un café?”, te pregunto.
“No, ya tomo en la oficina”, me contestas muy digna, pero más amable que el resto de los días.
No me gusta que estemos así. Nos queremos, siempre nos hemos querido. Desde que era pequeña y no soportaba estar en otros brazos que no fueran los tuyos. A ti en el fondo te encantaba que yo te prefiriera por sobre todas las personas del universo.
De adolescente fui bastante más agradable que el resto de adolescentes. No me dio por dar portazos, por meterme drogas o por no respetar tus reglas y horarios. Sé que aunque me decías que eso era lo que tenía que hacer, te llenaba de satisfacción contarle a tus amigas lo buena chica que te había salido yo. Que ni por asomo era como el irresponsable de mi hermano. Celebrabas mis triunfos en el deporte y mis buenas notas.
A medida que me fui haciendo adulta nos fuimos haciendo amigas. Acompañarte de compras no era ya un suplicio para mí, sino que nuestro momento, un café antes y una cerveza después. Me contabas tus cosas íntimas y yo te contaba de mi mala suerte en el amor. “¿Por qué me aburren todos los chicos, mamá?”.
“Porque son inmaduros, ya encontrarás al adecuado como yo encontré a tu padre”, me decías confiando en que tu hija perfecta reproduciría tu historia perfecta, en un mundo “normal” donde lo normal es que un chico y una chica se encuentren, se amen, se casen y tengan hijos.
Pero tu hija perfecta conoció a la mujer perfecta. Y fue casualidad. No me había planteado antes que pudieran gustarme las chicas, quizás simplemente porque todos los cuentos que me leíste de pequeña acababan con el amor de un hombre y una mujer, porque todas las películas que vimos hablaban de heterosexualidad.
Al principio me sentí extraña. Anormal. Enferma. Pero hay algo que cura todo, hasta la estupidez. Y es el amor. No podía permitir que la ignorancia o un prejuicio me quitaran la posibilidad de ser feliz. Eso es algo que tú misma me has enseñado. A seguir lo que dice el corazón. A guiarnos por nuestros sentimientos. ¿Y si me lo has enseñado tú por qué ahora reniegas de eso?
Si quisieras escuchar la historia te encantaría. Es romántica, como las películas de domingo por la tarde que tanto te gustan. Es de esas historias de mariposas en el estómago, de sentir que tu vida empieza otra vez en el momento en que recibes ese beso que lo cambia todo, es de esas historias donde te imaginas la vida entera junto a la otra persona, de andar embobada, sonriente, mirando a todas horas el móvil porque te ha llegado un mensaje con un corazón.
Al principio tuve miedo de contártelo. ¿Cómo ibas a reaccionar? ¿Dejaría de ser la hija perfecta de la que siempre habías presumido? ¿Me ibas a apoyar? La noche anterior no pude ni dormir de los nervios. Pero no podía seguir ocultándolo, porque no solo somos madre e hija, también amigas, ¿recuerdas?
Te pusiste a llorar. Me dijiste que era una aberración. Y yo también me puse a llorar, mamá, porque si hubieras visto como me cuidó ese fin de semana que tuve gripe, con que paciencia me acariciaba la cabeza, me daba las medicinas y me preparaba una sopa, si vieras cómo se preocupa por mí, lo bien que me quiere, cómo siempre me apoya y me anima en los malos días, no hubieras dicho todas esas cosas que dijiste de ella sin conocerla.
También me dijiste que no se lo contara a nadie. Y que no fuera con ella por la calle que me podían hacer algo, dar una paliza o discriminar. Siempre he sido obediente, he respetado tus reglas, tus horarios, y hasta las legumbres semanales. Pero esta vez no puedo darte la razón.
Se lo he contado a la gente, a mis amigos, al resto de la familia, y hasta lo he contado en mi trabajo. Mamá, estoy enamorada, ella es preciosa, nuestra relación es preciosa. No es algo de lo que me tenga que avergonzar. También le doy la mano en la calle, y un beso cuando me da la gana. Es lo que tiene sentirse feliz. Te vuelve espontánea.
No puedo ir por la vida con miedo. Me ha costado tantos años encontrar el amor que no lo voy a meter en un armario. Porque el amor no puede esconderse en un sitio oscuro, es demasiado luminoso como para siquiera intentarlo.
Si quisieras hablar conmigo te darías cuenta de que sigo siendo la misma, tu niña, tu pequeña, tu amiga. La única diferencia es que ahora soy más feliz. Pero no del todo, mamá. Te echo de menos, te necesito en mi vida. En estos casi 30 años me lo has enseñado casi todo tú. Yo solo te he enseñado a usar la tablet y a descargarte películas. Déjame tan solo enseñarte algo más, deja que te enseñe las otras caras que tiene el amor. Que quizás no son como las que estás acostumbradas a ver, pero son tan perfectas y bonitas como las que tú has vivido”.
Autora de la carta: Alex M.
Muy bella narracion .. realmente bella.
Increíblemente bella, vi totalmente reflejada mi vida en ella :’)
Me dejó sin palabras, lloré mientras lo leía, incluso parecía q era yo misma quien narraba su historia…
La realidad siempre supera la ficción. Realidad como la que es para quien realmente la comprenda; bella, sensible, tierna, con luz. Siempre nos sentiremos reflejadas ante una historia así, si hemos tropezado con la incomprensión y el miedo. Un abrazo y un beso de luz. Carme. Si alguien me quiere escribir aprovecho este espacio para dejar email: nisgal366@hotmail.es
Yo también tuve miedo de contarle a mi madre de mi relación. Durante mi niñez y adolescencia mi madre solía hacer la clase de comentarios que te dejan clara cual es su postura al respecto y lo imposible que resultaría una conversación civilizada sobre el tema. Tuvieron que pasar años para que las cosas comenzaran a cambiar. Y cambiaron. Después de que mis padres se separaran ella hizo nuevos amigos, uno de ellos era gay, y aunque al principio le costo mucho concebir la idea, se dio cuenta de que ser homosexual no cambia la persona que eres. Cuando le conte que era gay me puse a llorar temiendo su reacción pero ella se sentó conmigo y me dijo “He cometido muchos errores en mi vida, pero creo que el peor ha sido hacerte sentir que no podías hablar conmigo.” Llevo once años con mi novia y mi madre la conoce y la trata como parte de la familia. Así que agradezco mi suerte y a mi madre por comprender y amarme. Y deseo que todos aquellos que tiene problemas con sus familiares puedan encontrar apoyo, comprensión y aliento.
Estas son las historias que me hacen sentirme orgullosa. Orgullosa de la valentía que las personas como nosotras reunen fuerzas para vivir su felicidad. Enhorabuena por ello.
Y a Alex y a todo aquel que viva esa situación, actualmente, es que su madre volverá cuando reuna las fuerzas para aceptar la nueva situación. Necesita romper toda aquella história futura que se había imaginado para su hija. Sé paciente y ayuda a tu madre dándole el tiempo que necesita. Pero te aseguro que torres más altas han caido.
Mucho ánimo, mucha fuerza, mucha paciencia y mucho mucho amor.
Muchas gracias por compartirla, la voy a guardar porque sé que me será de ayuda muy pronto.
A mi ya me ha sido de ayuda, puesto que la he leído tan solo cuatro días después de que me pasara esa historia con mi padre. Él aún no lo acepta pero supongo que es pronto e intento darle todo el tiempo que necesite… Espero que tenga un final feliz y que no tarde mucho en llegar.
Mi nombre es Sonja McDonell, 23, azafata Swiss Airlines, con 13 pueblos de ultramar, muy tierna con mucho fantasías, así que en mi trabajo maravilloso. Me dieron 2 veces al bono especial para mis ideas en situaciones de emergencia. Ser lesbiana es una parte de nuestra sociedad y una confiable. He leído en Internet:
“Las mujeres lesbianas tienen nervios especiales en sus primeras edades sobre y en sus partes sensibles del cuerpo. Sus primeras actividades dependen de los países y la edad de consentimiento …”. Tal vez esto es cierto, pero he rara vez esta oportunidad Debido a mi siempre muchos vuelos. ¿Le interesa a mi encuentro siempre en mis vacaciones, pero no sólo por entre las piernas y por lo tanto a aprender que hable español mejor?
Saludos
Sonja sonjamcdonell@yahoo.com