Por A.G. Novak
Seguimos desenterrando voces que amaron sin permiso y escribieron sin miedo. Esta segunda parte del recorrido de lesbiterarias del XIX y principios del XX nos lleva a nuevas autoras que, entre censuras y corazones al rojo, construyeron un legado donde el deseo entre mujeres dejó de ser un secreto y empezó a ser una realidad.
Reiniciamos nuestro viaje de la mano de Renée Vivien. Nacida Pauline Mary Tarn, esta lesbiteraria británica escribió en francés (porque vivir en París es lo que tiene) una poesía abiertamente lésbica y sensual, cargada de erotismo, melancolía, deseo y pérdida. También tradujo y adaptó textos de Safo, de la que era una fan declarada. Mantuvo una intensa y turbulenta relación con otra gran autora, Natalie Clifford Barney, que acabó like the rosary of the auror porque Natalie quería una vida amorosa despreocupada, mientras que Vivien, romántica y vulnerable, anhelaba un amor exclusivo (típica historia chuequera).
La relación descompensada y la infidelidad de Natalie sumieron a Vivien en una depresión profunda que tuvo un impacto visible en su
obra. Sufrió de anorexia, alcoholismo y abuso de láudano. Tras su temprana muerte a los 32 años, a pesar de que ya no estaban juntas, Barney intentó honrar su memoria cuidando de su legado literario.
Natalie Clifford Barney, la chica de Ohio que se mudó a París en busca de la cultura y el ambiente que la motivaba, fue una figura esencial en la vida literaria y artística de la primera mitad del siglo XX. Fue escritora, mecenas, anfitriona de un famoso salón literario y una de las primeras en hablar abiertamente sobre el amor entre mujeres sin esconderse detrás de códigos o metáforas complicadas. Cada viernes por la tarde, organizaba en su casa del número 20 de la Rue Jacob encuentros donde las mujeres —muchas de ellas lesbianas o bisexuales— podían debatir, leer poesía, filosofar o simplemente existir sin esconderse (un tardeo Mirales de la época).
Una de las que asistía a esas reuniones fue Gertrude Stein. Esta adelantada a su tiempo no solo fue abiertamente lesbiana, sino que formó con Alice B. Toklas una de las parejas más famosas de la historia literaria queer. Lo hicieron todo juntas y estuvieron unidas más de treinta años. Stein estaba interesada en la experiencia del lenguaje, no en contar historias tradicionales, por eso leerla es como ver una pintura
cubista hecha con palabras mientras haces el pino puente. Escribió poesía, novelas, memorias, libretos de ópera… y muchas repeticiones.
¿Te suena el título de la canción Una rosa es una rosa, de Mecano? Pues es un homenaje al verso de Stein: Rose is a rose is a rose is a rose, un mantra literario para afirmar la materialidad del lenguaje sin ornamentos. En este punto vamos a detenernos para conocer a dos autoras que se tropezaron en 1918 y continuaron cogidas de la mano unos cuarenta añitos —ahí es nada—.
Estamos hablando de Hilda Doolittle y Annie Winifred Ellerman, más conocidas como H.D. y Bryher. La primera nació en 1886 en Pensilvania y fue poeta, novelista y traductora de griegos antiguos. En sus obras exploró el conflicto entre la atracción que sentía por las mujeres y el amor heterosexual, reconociendo así su bisexualidad.
Bryher, por su parte, nació en 1894 en Reino Unido con más que un pan debajo del brazo. Disfrutó de una herencia millonaria (su padre era el dueño de la naviera Ellerman Lines) e hizo gala de un alma incompatible con los bailes de sociedad y el matrimonio convencional. En vez de debutar en sociedad con las famosas chicas Bridgerton, debutó en la escena literaria modernista.Su fortuna le permitió, entre otras cosas, financiar a escritores con pocos recursos y fundar revistas de cine experimental. Juntas, tejieron una red de afecto, apoyo y
creación artística que desafió los moldes de género y sexualidad de la época.
Nos quedamos en los locos 20; años de exploración, innovación y libertad cultural, para conocer a Radclyffe Hall, una intrépida autora que no se andaba con tontunas yse lanzó a la piscina de cabeza sin mirar si había agua. Mantuvo una relación bastante larga con Una Troubridge (no era «Una» tipa cualquiera) y en 1928 publicó The Well of Loneliness, una novela lésbica que fue inmediatamente censurada por «ofender la moral pública». Aunque la obscenidad más grande fue afirmar que las lesbianas existían y no todas se morirían de tristeza al quererse como le pasó a la pobre Amy Levy.
La persecución de esta obra fue famosa y tuvo un juicio bastante mediático, aunque al final fue prohibida en el Reino Unido, no así en EE.UU, lo que ayudó a que se convirtiera en una referente de la literatura lésbica (parece que en esa época los americanos estaban un poco mejor que ahora en cuanto a ciertas libertades).
Lo curioso es que la obra fue defendida incluso por autores que no eran exactamente aliados LGBTQ+, como Virginia Woolf (que tenía su propio estilo de bisexualidad elegante). Y qué decir de ella además de que fue una de las escritoras más influyentes del siglo XX: pues que fue una revolución con máquina de escribir y alguien que entendió que las palabras podían moverse como pensamientos, no como reglas
gramaticales.
Woolf inventó su propio estilo narrativo: el monólogo interior. Vamos, que en lugar de contarte lo que pasa en la trama, te lanza dentro de la cabeza de sus personajes, donde todo es percepción, tiempo subjetivo, recuerdos y pequeños momentos que explotan en significado.
Virginia estaba casada con Leonard Woolf, un tipo inteligente y progresista que la apoyó mucho, incluso en sus relaciones con mujeres. Porque sí, Virginia era bisexual, o al menos amó a mujeres profunda, emocional y eróticamente. Su gran pasión fue Vita Sackville-West. Su relación fue intensa, tierna, a veces tormentosa y, sobre todo, literaria. Los extractos de sus cartas no dejan lugar a dudas.
Para muestra, un botón:
«Soy experta en ser fría con la gente que no amo. Pero tú atravesaste mis defensas. Y no me molesta.»
Ahí queda eso… menuda killer.
Todas estas autoras no solo escribieron literatura. Escribieron historia. Fueron pioneras, mujeres queer que vivieron y plasmaron su deseo en líneas, pensadoras feministas que rompieron moldes o trataron de hacerlo. Y lo hicieron en una épocadonde ser lesbiana o bisexual podía significar el ostracismo, el escarnio público o el encierro en un frenopático para «corregir su desviación».
Por eso lee y escribe, lesbiana, cada frase te llevará a parajes repletos de bellas y fascinantes mujeres.

