Aquí puedes leer la Primera y Segunda parte de esta crónica biográfica.
Relación poliamorosa: ¿sueño o pesadilla? Para mí, un sueño: soy una persona de relaciones y me encanta enamorarme. Desde que mi pareja y yo abrimos nuestra relación hace siete años, puedo vivir el enamoramiento abiertamente y tener segundas relaciones. Pero como
“poli-soltera”, a veces las citas se convierten en pesadilla. Siete preguntas que siempre tengo
que contestar:
«¿Qué más estás buscando? ¡Si ya tienes una relación!»
«Te gusta ir al cine, ¿por qué vas también al teatro?» le contesto yo. La vida es demasiado corta para tener solo una afición. Y demasiado corta para amar a una sola persona. Desde que tengo 12 años, siempre he estado enamorada de alguien: de una profesora, de una compañera de clase o de trabajo más tarde. O de dos personas, cuando estaba en una relación seria. Pero amaba con culpa, reprimiendo los sentimientos hacia la segunda persona. Porque no me gusta engañar. Desde mi segundo “salir del armario” hace siete años – el primero como lesbiana, el segundo como poli – quiero vivir este concepto de relación. Y diseñarlo junto con dos personas.
«Entonces, ¿follas con todo el mundo?»
Soy poliamorosa, no promiscua. Me enamoro. Me encanta enamorarme. Me gusta esa sensación de perder el control, de la locura que te invade, una montaña rusa sin rieles.
Enamorarse es volar, al atardecer y con ráfagas de viento, con calor y granizo. Enamorarse es deslizarse hacia un mundo nuevo. Pero lo admito, al abrir nuestra relación, también me abrí a encuentros casuales, a líos de una noche, a relaciones cortas, en fin, a formas de relaciones poli que no necesariamente son poliamorosas. Pero todas tienen en común que son consensuadas, es decir, con el acuerdo de todas las personas involucradas.
«¿Cómo puedes amar a varias personas? ¡Solo hay un amor en la vida!»
Esta es mi pregunta favorita. «Exacto, solo hay un amor en la vida – ¡y soy yo!» No es egoísmo, es autocuidado. Necesito saber quién soy como individuo en una relación – ya sea hetera, homo, de amistad o sexual – cuáles son mis deseos y dónde están mis límites. En una relación poli esto es aún más importante que en la monogamia, porque el riesgo de perderte es mucho mayor. Las relaciones poliamorosas me enseñan mucho sobre mí misma. Crezco, todos los días. No siempre es fácil – y requiere valentía, apertura y disposición para el
cambio. Pero siempre es emocionante.
El amor, entonces, no es el problema en las relaciones poliamorosas. Como ya he dicho, el amor no es una tortilla: no se divide cuando más personas participan. El amor se multiplica, nace del acto de amar. El amor es infinito. Lo que es limitado son el tiempo y la energía. Ahí
es donde radica el verdadero reto de las relaciones poliamorosas. Tengo que gestionar cuidadosamente mi tiempo y energía y asegurarme de que todos estén bien, incluyéndome a mí.
2
Lo curioso es que, tras hacer la típica pregunta sobre “el amor de tu vida”, la gente a menudo confiesa sin que se lo preguntes que ya han tenido uno o dos líos, en secreto y con mala conciencia. Las infidelidades en la monogamia son aceptadas, pero la poligamia sigue
estando mal vista. Yo no quiero engañar ni ser engañada. Estar en una relación poliamorosa me permite coquetear en una fiesta, darme un beso y quedar para una cita. No necesito hacerlo a escondidas, ni tampoco quiero hacerlo así.
Una compañera de trabajo me contó hace poco que tiene un crush con otra persona. Le dije:
“¡Qué bonito!”
“¿De verdad lo crees?”
“Claro, sentir ese cosquilleo es maravilloso.”
“Mi pareja no opina lo mismo.”
“¿Y qué acuerdo tenéis vosotras?” le pregunté. Mi compañera me miró desconcertada.
Las personas monógamas a menudo no hablan de su relación ni de sus necesidades. Dicen “te quiero” y con eso firman un contrato invisible: “No puedo tener un crush, no puedo soñar con otra persona, no puedo besar a otra mujer y, ni mucho menos, tener sexo con ella.” Básicamente, no puedo hacer nada que sea divertido. Es una pena, porque incluso en relaciones monógamas conocemos a gente que nos atrae.
Si dos personas celebran sus bodas de diamante sin ningún desliz entre medias… ¡genial! Pero las estadísticas cuentan otra historia: la tasa de divorcio en España es del 56%, una de las más altas de Europa. Probablemente, la tasa de ruptura en relaciones amorosas sea aún
mayor. En marketing aprendí que si un producto tiene un 50% de probabilidades de fallar, debe ser retirado del mercado de inmediato.
No, la monogamia no tiene por qué desaparecer y la poligamia no es necesariamente el producto superior. Pero ofrece, literalmente, más: más opciones, más libertad, más variedad, más diversidad. La poligamia permite que los deseos y necesidades encuentren su lugar en
una relación. Las relaciones poliamorosas son, en general, más flexibles que la monogamia.
La monogamia, para mí, es como un corsé rígido que me ponen en el primer beso, invisible pero palpable. Y del que solo se puede escapar con una ruptura. Todo o nada. No me gusta el pensamiento en blanco y negro. Amo los colores, los vibrantes y salvajes, los que se mezclan
y crean nuevos tonos.
“Solo eres poliamorosa porque tienes miedo de dejar tu relación de toda la vida”
Esta afirmación / pregunta es tan absurda como decir: “Eres lesbiana solo porque te da pereza tomar la píldora.” Yo no elegí la poliamoría. Simplemente es la etiqueta que define lo que soy: una persona curiosa en sus relaciones, que piensa fuera de la caja y tiene una afinidad por la complejidad y las combinaciones. Por cierto, también me encantaría ser bisexual. ¡Boom! Las posibilidades amorosas se multiplicarían. Pero no, solo me atraen las mujeres.
Dejar ir es parte de cualquier relación, no solo en las personas poliamorosas. “Mi novia, mi pareja, mi mujer”: el lenguaje nos impone lo posesivo. Pero ninguna persona me pertenece. A menudo veo a las personas monógamas como posesivas, viviendo según el lema “Hasta que la muerte os separe”. Yo no quiero poseer ni pertenecer a nadie. Soy una persona libre y dejo que las personas con las que me relaciono también lo sean, dentro del marco del imperativo categórico de Kant, claro. Solo soltando es como pueden surgir cosas nuevas. Nuevas personas vienen y van. Hace años me enamoré de una colombiana, más tarde de una española. Así aprendí un nuevo idioma y dos nuevas culturas, con 1000 mil malentendidos incluidos. Una auténtica aventura. La poliamoría trae diversidad y variedad a la vida (y al
amor). El aburrimiento me mata.
“¿Y cómo sería una relación contigo? ¡Yo no soy poly!”
¡Ajá! Aquí está, la curiosidad por la poliamoría empieza a asomar. Sonrío y le explico: Salgo
con mujeres. Me da igual si son monógamas, polígamas, poliamorosas, heterocuriosas o lesbianas. Me gusta conocer mujeres nuevas y estoy, al menos al principio, abierta a una nueva experiencia. Esta misma apertura es lo que espero de la otra persona. Y un poco de
curiosidad y ganas de aventura. Estos son valores que para mí son fundamentales. Todo lo demás lo iremos construyendo juntas. Una y otra vez. Por eso sí, una persona monógama también puede tener su lugar en una relación poliamorosa. Esa es la magia de las relaciones
poli: nada es fijo, nada está predeterminado. Como lesbiana, ya rompí con los estereotipos de los roles de hombre y mujer, y como lesbiana poliamorosa, he salido completamente de esos roles. Puedo – y tengo que – negociar y construir mis relaciones con todas las partes
involucradas. ¿Qué es importante para mí? ¿Qué necesito? ¿Con qué sueño? Debo comunicarme y escuchar a las demás. Tenemos que hablar abiertamente de sentimientos y necesidades, y escuchar con atención. Estar abiertas a lo nuevo, a aprender, a la aventura.
Aburrido, eso prometo ya desde la primera cita, no será nunca.
“¿Puedo también tener sexo con otras mujeres?”
Ahora se pone interesante. Hace un momento me decías que no eres poli y que buscas al amor de tu vida en Tinder. Y ahora, esta pregunta. Me gusta, porque muestra que, en esta breve conversación, las construcciones rígidas ya empiezan a desmoronarse. De repente, se abren nuevos espacios de posibilidad y la imaginación empieza a volar. ¡Maravilloso!
Así que, volviendo a la pregunta: yo no soy quien establece las reglas. Veo a cada persona como un individuo, esté en una relación o no. Yo sigo siendo yo. ¿Cómo podría prohibirle a alguien tener sexo con otras personas? ¿O enamorarse? Como persona poliamorosa, entiendo perfectamente el deseo de cercanía con otras personas. Eso no me amenaza. Lo que me importa es que hablemos sobre deseos y necesidades y que construyamos las relaciones juntas.
“¿No tienes miedo de que te dejen por otra?”
La posibilidad de una ruptura siempre está ahí, incluso en las relaciones monógamas. Nos enamoramos y desenamoramos. Lo que realmente nos mantiene unidos es solo el deseo de estar juntos. Un pájaro en una jaula se queda porque no tiene opción. En una relación poli no hay jaula, solo un nido donde todas las personas a las que amo pueden estar. Ese nido es importante para mí. O dicho de otra manera: la estabilidad es importante para mí. Dicen que los Géminis somos inconstantes; yo me veo como una persona dinámica y adaptable. Tengo raíces aéreas. Pero, aun así, también necesito estabilidad. Pero no rigidez. Quiero un bambú. Esta planta fascinante combina estabilidad y flexibilidad.
¿Cómo llevo el bambú a la relación? A través de un compromiso, el acuerdo de caminar juntas por un camino compartido. Cuando conocí a Raquel, mi pareja de toda la vida, solíamos pelearnos mucho y de forma intensa. Y en cada pelea, alguna de nosotras amenazaba con irse. Tras unos meses tormentosos, un día Raquel me dijo: “Esas amenazas constantes no tienen sentido. Vamos a apostar por nuestra vida juntas, y ya veremos qué pasa”.
En ese momento me volví a enamorar de ella y sellamos un pacto para recorrer la vida juntas. Las peleas cesaron y, en su lugar, empezamos a hablar, a formular deseos y a negociar.
Durante cinco años, hasta que expresé el deseo de abrir la relación. Y con eso desaté otra tormenta, que removió la relación de nuevo. El compromiso crea confianza y esa confianzagenera seguridad. Y es esa seguridad la que te da la libertad de decidir cada día estar con la
otra persona. O la libertad de decidir ir a una segunda cita.
por Cordelia Oppliger