La bollera camuflada (sobrevivir a las citas de internet)

Esta historia, muy a mi pesar, está basada en hechos muy reales.

Corría el mes de junio cuando ella me escribió un mensaje privado en Instagram. Me metí en su perfil a “cotillear” quién era aquella rubia que osaba escribirme por privado. Para mi sorpresa aquella usuaria llevaba meses y meses entre mis contactos aunque había pasado desapercibida. Más tarde ella misma me descubrió que nos habíamos conocido por Tinder y un día que me encontró amable (y sin filtro) nos intercambiamos los perfiles de aquella red social.

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Los mensajes de aquella desconocida eran cada vez más frecuentes hasta llegar al punto de no separarnos del móvil. Nos enviábamos fotos, audios, vídeos,…y así nos fuimos descubriendo. Mientras tanto cada una alimentaba su Instagram con fotos y stories estratégicamente elegidas para buscar su aprobación y su like. Todo esto os suena, ¿verdad?

A medida que pasaban las semanas y ampliábamos el álbum de fotos ya empezaban a mostrarse más facetas de aquella alegre desconocida. Y no en todas las fotos me parecía sexy. En definitiva, la rubia empezaba a “apuntar maneras”. Hago un llamamiento aquí a todas las bolleras que cortejan por las redes sociales. Si hay fotos que no os gustan de la otra persona hacedle caso a ese instinto. El instinto no falla. Si no os encaja en virtual…rara vez os encajará en persona. Los detalles revelan mucha información de la otra. Prestad atención a esos detalles.

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En septiembre, y después de muchos mensajes ahora por WhatsApp, quedamos. Al fin quedamos. En la plaza del sol me esperaba una rubia alta de pelo largo liso con un pantalón corto, un bolso de marca que si fuera española sería Miguel Cortés pero como es americana en la etiqueta ponía Michael Kors, un top muy coqueto, pedicura y manicura perfectas, maquillaje impecable y perfumada hasta las cejas.

-Aprobada, pensé.

-Luego ya veremos si esta primera impresión se lleva una nota alta o se queda con 5, continué en mi monólogo interior.

Después de un largo e innecesario paseo (acompasado de conversaciones vacías que ella lideraba saltando sin ton ni son de un tema a otro) por fin nos sentamos a cenar en una terraza.

Y llegó el momento de quitarnos las mascarillas y de desvirtualizarnos. Oficialmente quedamos desvirtualizadas.

-No está mal. Tiene una sonrisa bonita, continué con mi conversación para dentro.

Cuatro cañas, una botella de vino y mucho marisco que subió la cuenta a una cuantía no muy asequible. Pero la rubia también apuntaba maneras de pija (luego descubriríamos que también era un tanto repelente) y muy generosamente abonó ella la cuenta precipitándose a la camarera. Me invitó.

-Bonito detalle, afirmé para mí misma.

La noche acabó sin ropa y el día siguiente lo estrené con resaca y en cama ajena.

-Uf. Qué dolor de cabeza. Se te ha ido un poco de las manos esta velada, me recriminó mi voz interior.

A mi derecha la rubia tapándose hasta la coronilla con la sábana porque de repente se había vuelto insoportablemente tímida. Yo me levanté y me dediqué a recolectar mi ropa esparcida por toda la casa y cogí un taxi tempranero en modo de huida.

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Cuatro citas más me duró la rubia. Pasamos del pantalón corto y el top coqueto al pijama cuatro tallas más grande y un moño mal hecho y de medio lado. Transitó los vaqueros desteñidos con camisetas horrorosas y deportivas de baloncestista. No faltaron las botas de militar con vaqueros y camisas con estampados imposibles. Pero para la rubia sus looks eran lo mejor de todo Chueca porque según ella toda su ropa era carísima y en su lógica eso ya hacía que se encontrara favorecida con una indumentaria de lesbiana adolescente a sus treinta y muchos años. A todo esto le sumamos unos ademanes masculinos que iban cada vez a más. Hago un parón aquí para proclamar mi inocencia. No tengo plumofobia. A mí los ademanes masculinos no me resultan atractivos. No les encuentro el sexapeel. Más bien todo lo contrario. A diferencia de otras lesbianas de mi misma especie a las que les vuelven loca los “puntos masculinos” en las bolleras. A mí no.

La rubia pija (y cada vez más insoportable) nunca más consiguió un outfit parecido ni en lo más mínimo a aquella mujer femenina y atractiva que me esperó en la puerta del sol. Pasó de ser una niña mona muy arreglada a ser una mujer en vaquero con un moño eterno. Nunca más llevó las uñas pintadas y tampoco me volvió a invitar a cenar. De hecho era más bien agarrada, pesetera, de la virgen del puño.

Esta rubia es el prototipo de bollera camuflada. Nada es lo que parece. Se camufla en algo que no es y a los dos días te aparece en chándal y se ha olvidado de lo que es un detalle.

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La rubia camuflada además era una fiel discípula de Masiel porque bebía cerveza a un ritmo digno de récord Guinness. Apareció un par de veces borracha en mi casa incluso. Tenía unos amigos insoportables, hablaba sin parar, no escuchaba, votaba a la derecha, era una niña de papá que no había conseguido nada por sí misma en la vida y además era muy prepotente. Todo esto lo disimuló durante un máximo de dos citas porque, señoras, aunque la mona se vista de seda mona se queda.

Añado que Oscar Wilde dijo “sé tú mismo. Todos los demás están comprometidos”. Hacedle caso, por favor. Era un sabio.  No seáis otra bollera camuflada. Sé tu propia versión de bollera. Camuflarte es un error. Como diría mi abuela, camuflarte es pan para hoy y hambre para mañana. Y aquí todas queremos comer. Marisco, a poder ser.

¡Ah! Tened mucho cuidado con el Tinder. Hay una rubia suelta que no es lo que parece.

Escrito por Coneney Conuve

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