Memoria Lésbica: Irene Polo, la periodista que el franquismo quiso borrar

Cuando pensamos en referentes que desafían, que rompen, que pisan barro para contarlo todo, Irene Polo emerge entre sombras, una persona irrepetible que se negó a aceptar los guiones que su época tenía escritos para una mujer. Lesbiana, autodidacta, republicana, periodista de calle, exiliada… su vida parece una novela, pero fue real, urgente, brillante.

Nacida en Barcelona en 1908, Irene Polo se inventó a sí misma desde la nada. De familia humilde, sin estudios reglados, se formó a base de lecturas, de idiomas aprendidos en ratos libres, de un hambre insaciable por entender el mundo. Muy pronto se lanzó al periodismo, pero no a ese periodismo de despacho, sino al de calle, el de barro en los zapatos, el de dar voz a quienes nunca la tenían.

Sus artículos retrataban a vendedores ambulantes, a mineros, a mujeres invisibles para la prensa oficial, a quienes acudían a una casa de empeños con el corazón en la garganta. Su mirada era cinematográfica, como si llevara una cámara entre las manos en vez de una libreta. Por eso deslumbraba, porque conseguía que lo aparentemente pequeño se convirtiera en noticia, que lo cotidiano adquiriera una dignidad que el periodismo de su tiempo le negaba.

Pero Irene no era solo periodista. Era también una mujer que se negó a cumplir con lo que se esperaba de ella. Usaba pantalones, practicaba el nudismo, era lesbiana, republicana, progresista. Hacía lo que le daba la gana. Bajo su apariencia desafiante se escondía, sí, una mujer tímida, pero nunca una mujer que se dejara someter. Esa combinación de independencia y libertad, en los años treinta, era dinamita. Y como toda dinamita, el franquismo intentó enterrarla bien hondo.

Su figura fue rescatada gracias al trabajo de Glòria Santa-Maria y Pilar Tur, y recuperada también en libros como Las chicas malas de la República de Rafael Torres, donde se recuerda que Irene fue víctima de la reacción brutal que siguió al fin de la Segunda República. Aquella ola de violencia y represión que no solo canceló derechos, sino que arrasó vidas y memorias.

Irene Polo se enamoró de la actriz Margarita Xirgu, y ya en el exilio mantuvo una relación con la diplomática mexicana Judith Martínez Ortega. Pero ni el amor ni el exilio lograron apaciguar la herida de la distancia, la imposibilidad de volver, el peso de una guerra perdida y un país devastado. En Buenos Aires trabajó como pudo, tradujo, hizo publicidad, cargó con la responsabilidad de sostener a su madre y hermanas. Poco a poco la tristeza, la melancolía, la sensación de derrota, fueron apagando la voz de aquella periodista luminosa. En 1942, con apenas 32 años, se quitó la vida.

Que su nombre vuelva hoy es un acto de justicia, de la mano de Una intrusa en la prensa. Periodismo y República (1927-1931) de Francesc Salgado; La fascinació del periodisme; cròniques (1930-36); donde podemos leer sus artículos recuperados. Hablemos de Irene Polo, traigámosla al presente: compartámosla, leamos sus crónicas, su mirada crítica, sus ironías, sus denunciasIrene Polo representa la libertad de contar lo que otros no querían que se contara, la valentía de vivir como una misma desea, la irreverencia de no obedecer. Rescatarla es reconocer que el olvido también es violencia, y que la memoria de las lesbianas, de las mujeres libres, no puede quedar sepultada bajo las losas de la dictadura.

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